Somos seres del crepúsculo y vivimos entre escombros.
Roger Caillois.
En un prólogo deleznable sobre la novela Estrella roja de Bogdanov (1873-1928) he encontrado la nada verosímil aserción de Francis Fukuyama, un vocero denodado de la plutocracia, que reza algo así como: nos resulta problemático imaginar un mundo radicalmente mejor que el nuestro. Tan insignificante visión, enunciada a finales del siglo pasado, sin duda fue paradójico preludio al desconsolador contagio del pensamiento (o eslogan) globalmente compartido por descerebrados del siglo XXI: otro mundo es posible. No hay que sorprenderse por la continuidad y la comunidad de propósito existentes entre la expectoración del neoliberal hegeliano y la vaguedad rizomática, tan atractiva para los nostálgicos seguidores de una izquierda consagrada aún a la fantasmagoría de las promesas leninistas de hace más de un siglo. Un mundo electrificado erigido en el formato de una Oficina de Correos.
En última instancia ambos lugares comunes, el del estudioso académico y el pergeñado en los laboratorios de marketing y propaganda, proceden de las mismas fuentes institucionales: las élites occidentales de profesión globalista cuya rebelión sirve a un mismo interés, vinculado por lo demás nada sorprendentemente a la dominación sistemática de las mentes y cuerpos de los ciudadanos.
De la nación a la población: un viejo ideal socialdemócrata vinculado al biologismo darwinista británico, seguramente de origen jesuítico, que remite a los años veinte del siglo XX. Desde entonces se ha generado durante décadas el caldo de cultivo adecuado para la virulenta aportación que el mentor del Foro de Davos, como cabeza visible de una tendencia latente secular, tan similar por cierto en muchos aspectos a las proletarias exploraciones en carne y tiempo real del comunismo chino de esta segunda quincena del siglo XXI, ha ofertado como panacea en las inmediaciones de la crisis de la Covid facilitando, en intención y principio, la implantación en Europa de un brave new world. Sociedad Global y Estado mundial que pretenden justificar su instauración en problemas ficticios y manipulaciones abismales del imaginario.
Como señala Jesús Fueyo (1922-1993), un pensador incómodo que habría que recuperar: «La ofuscación, o incluso ceguera del hombre contemporáneo —su liquidación del pasado y su insensibilidad de futuro— implica la mutación más radical de la inteligencia humana al menos desde los días de los griegos de Herodoto, con quien nace la Historia en la conciencia occidental» (1981).
Nunca un poder con tan marcadas pretensiones quiliásticas, signadas desde una inmanencia regresiva tan manifiesta, se manifestó como más ilegítimo que en nuestro tiempo. El “anticristo”, como metáfora de un poder total ilegítimo de corte presuntamente salvífico con dimensiones planetarias, ejerce ya, por ahora solo como sombra de su instauración en curso, la difusión de la impostura desde su posición de presunto Amo del Mundo. No otra cosa constituye el recurso permanente a la Técnica, ¿qué otra cosa es ya la medicina?, y su vertiente concreta expuesta en las simulaciones cibernéticas y digitales. El Impostor carece por completo de credenciales metafísicas o intelectuales: su lenguaje es el del espectáculo y el engaño, la manipulación de las emociones y pasiones más rudimentarias le es indispensable. Los peores, de los que hablaba Yeats (1865-1939) en su Segunda Venida, ya están aquí; y no tienen dudas de ningún tipo. Chip y Wifi, mediante.
La era de las tiranías (Halévy), que se inició en 1914 y dio paso a la “guerra civil europea” con su intenso desarrollo de la organización del entusiasmo, plasmado en los regímenes de guerra, ha incubado el huevo de la serpiente… y con el inicio de la rotura de su cáscara, contemporánea de la espeluznante constelación de satélites de “comunicación” de Elon Musk, manifiesta ya la emergencia de la Criatura oceánica. Vivimos aún, por poco tiempo, en lo que Carl Schmitt (1888-1985) calificó de “era de los grandes espacios”; y apostilla: «entre la unidad del mundo, utópica hasta ahora, y la época pasada de dimensiones espaciales anteriores se intercala, por algún tiempo, el estadio de la formación de grandes espacios».(El orden del mundo después de la segunda guerra mundial. Madrid, 1962).
«Las ideas de un mundo único, el One world o Estado Mundial —continúo citando al pensador renano— se volatilizaron con el comienzo de la “guerra fría». De la idea del One world no quedaron más que las antiguas utopías progresistas y las fantasías tecnicistas. La unidad del mundo no es un problema kybernético sino un problema político que implica una tarea seria, incluso trágica: la superación de la enemistad entre hombres y pueblos, entre clases, culturas, razas y religiones.
El signo más significativo del cercano acaecimiento mesiánico es precisamente, contemporáneo al desvanecimiento del aún persistente Katechon, el advenimiento de la pesadilla de aire acondicionado; satélites, cámaras y drones en ristre postulan el egregor configurado por los gestores del viejo eón, que buscan salvar sus trastos avisándonos de grandes catástrofes ecológicas y recluyendo a la población del mundo en un chiquero de granja. Chip y Wifi, mediante.
No es casual que el poder de Occidente, la Máquina que todo lo arrastra nace aquí, crezca entre el siglo XVI y el presente pero que su conciencia no haya dejado de decaer; hasta el punto de buscar la fusión con lo inerte. El mecanismo secreto de la Historia, configurado en gran medida por congregaciones semiocultas al acecho, va instalando su penúltimo escenario. El Templo como señalaba Pierre Mabille (1904-1952) ha devenido Circo; enmascarado, eso sí, tras la guerra intermedia con Rusia, China y Turquía, que es el movimiento de ajedrez que falta, de tiranía humanitaria. Retornamos consecuentemente mediante trucos y tratos al mito… que como señalaba el pensador antes citado sólo tiene existencia en el acuerdo unánime de seres mal diferenciados, Chip y Wifi, mediante…
Mientras, solo unos cuantos, milagrosamente preservados, toman conciencia clara de la mentira absoluta de las formas políticas actuales.
Tras el desplazamiento del impulso trascendental hacia el psiquismo, hecho posible por el paso del dominio del lenguaje a la hegemonía de las imágenes, todo ello en un contexto de neutralización explícita de lo numinoso mediante la anestesia estética, resultaba ineludible posibilitar, en gran medida por la reclusión de las experiencias de transformación y redención en ámbitos secularizados mediados por simulaciones propuestas como contra liturgia, completar el circuito convocado mediante procesos continuos de inversión y desestructuración. Ese manejo de residuos psíquicos de que hablaba Guénon (1886-1951), resumiendo con ello la operación contra-ontológica en curso de conversión de la idea platónica de lo Divino en mero simulacro.
¡Un dios será el hombre y se transformará físicamente!