Nocturno confundido

Escalofríos

 

Un gato pasó sigiloso por su izquierda. Caminaba muy despacio, como si estuviera acechando alguna presa, con pasos muy ralentizados, casi congelado en el espacio, como una estatua. El hombre se quedó observando la suave cadencia de los movimientos del felino y los imitó hasta el punto de que tan solo sus ojos siguiendo al animal parecían tener vida. Por aquel rincón de la ciudad no pasaba mucha gente a diario y mucho menos con el intenso frío que castigaba el aliento de quien se atreviera a deambular a esas horas, cercanas al alba, en ese momento en el que la vista pierde foco y los contornos se difuminan, en ese instante en el que la conciencia está con un pie en el sueño y otro en la realidad (¿o es al revés?).

El hombre permaneció quieto mientras el gato terminaba de hacer sus movimientos y se perdía entre los arbustos de un jardín cercano. No parecía perseguir ninguna presa y quizás su lentitud en el paso se debiera a un ahorro de energía que le permitiera soportar mejor la crudeza del clima. Quizás fuera así en el animal, pero no en el hombre, cuyos miembros comenzaban a notar la falta de movimiento y a sentirse ateridos por el frío.

Cuando el gato desapareció entre las plantas, el hombre movió repentinamente su cabeza, como si despertara de un letargo que lo hubiese tenido alejado del mundo real. Se agitó bruscamente al notar los escalofríos que sentía por todo el cuerpo.

A decir verdad, no iba bien abrigado para el frío ambiente. Cuando salió de la casa de aquella mujer la noche anterior, el clima era bastante suave y la brusca bajada de temperatura le había cogido desprevenido. Tanto como a los que también llenaban la noche hacía unas horas y que habían ido desapareciendo en sus coches, en el metro o en sus casas para huir de ese inesperado frío.

La cabeza del hombre giraba a diestra y siniestra como buscando algo, aunque más bien parecía que era una forma de situarse en el mundo, pues su expresión denotaba desconcierto, como si no supiera bien ni dónde se hallaba ni por qué estaba ahí. Se sentía como si acabara de salir de una espesa niebla en la que durante un tiempo, largo aunque indefinido, no hubiera sido consciente de nada a su alrededor. Aparte de saber que allí estaba en ese momento.

Trató de fijar su pensamiento en alguna idea que le ayudase a salir de ese sopor peligroso. A la vez, se puso a caminar para tratar de entrar en calor. No sabía qué dirección tomar porque nada de lo que veía le resultaba familiar, pero era tal el frío que sentía que haciendo un esfuerzo de voluntad comenzó a mover sus pies en dirección a una hilera de luces que se veía a unos centenares de metros junto a lo que parecía ser la ribera de un río.

Mientras daba pasos enérgicos, su cabeza trató de recuperar algún recuerdo que le hiciera comprender por qué se hallaba en ese lugar. Era consciente de que había estado con una mujer no hacía mucho, pero no del momento en el que se habían separado. No conseguía recordar ninguna palabra de despedida entre ellos. Tampoco casi nada de lo que habían estado haciendo juntos previamente. Esto le producía una gran inquietud interior aunque no sabía si era por no recordarlo o por no querer recordarlo.

Sentía una gran desazón por su situación y un gran malestar físico por el frío, pero notaba su cabeza limpia, sin rastros de bebidas ni de ningún estupefaciente que le hubiera podido confundir acerca del estado en el que se encontraba. Y eso no hacía sino incrementar su inquietud, pues haber tenido síntomas de resaca le habría servido para, si no explicar, sí justificar el vacío que tenía en relación a esas últimas horas de su vida.

Al llegar al paseo que discurría junto al río, aún iluminado por la hilera de farolas que le habían servido de referencia en su caminar, un coche pasó veloz por la calle que giraba a la derecha. Sus faros cegaron momentáneamente al hombre, que se quedó parado para no perder el equilibrio. Al abrir los ojos un instante después notó un cambio sutil en el lugar. Parecía que el alba estaba dando paso de manera suave a la mañana y la luz se iba haciendo más evidente. El cielo comenzó a teñirse de pálidos colores, muy opacados al principio, pero que pasando los minutos iban tomando más relevancia en el paisaje. El río, a su vez, parecía querer tomar protagonismo reflejando en su quietud los cambios luminosos que se estaban produciendo.

A medida que la luz se iba haciendo más intensa, el calor parecía regresar al cuerpo del hombre que, aún así, no había dejado de tiritar y de sentir el gélido vaho de la noche instalado en el interior de sus huesos. Unos murciélagos revoloteaban aún sobre la superficie del río a la búsqueda de algún insecto que pudiera atreverse a sobrevivir con aquella temperatura tan baja. Unos vencejos elevaron su vuelo desde algún esquinazo del puente donde tenían sus nidos como queriendo tomar el relevo a los mamíferos alados que pronto regresarían a sus oscuras madrigueras.

Observar ese cruce de vuelos, unos cercanos al agua, otros más elevados, le hizo pensar al hombre que era el momento de tomar una decisión que pusiera fin a su incertidumbre. Pero el problema que tenía es que no reconocía ni el río, ni las calles, ni nada de cuanto le rodeaba. En definitiva, no sabía dónde estaba. Más aún, no recordaba cómo había llegado allí. Ni siquiera el momento inmediatamente anterior a aquel en el que se descubrió mirando al gato.

Recordaba haber estado con aquella mujer, pero tampoco podía visualizar su cara, ni su cuerpo, ni su voz, ni su olor… Nada. Su mente estaba cerrada por completo.

El sol se mostró esplendoroso de luz y color en el perfil del río. La cara del hombre se iluminó y progresivamente lo fue haciendo todo el cuerpo a medida que el sol ascendía. Al sentir la tibieza del astro calentando su frío cuerpo se percató de que ni siquiera había pensado en sí mismo. Porque tampoco recordaba quién era.

Solo sabía que estaba allí en ese momento.

Se acercó a la orilla del río que aún estaba en sombras por el sol y trató de ver su imagen iluminada reflejada en su quieta superficie.

Un vencejo sobrevoló sobre su cabeza y su vuelo se vio invertido casi como en un espejo sobre las aguas mansas del río… pero él no producía ningún reflejo. Los árboles, el follaje, las farolas que se apagaban una a una, todo comenzó a proyectar su imagen especular sobre el río. Pero el hombre seguía sin reflejarse. Golpeó la superficie del agua con la palma de la mano. Se produjo el chapoteo, salpicó líquido en distintas direcciones y las ondas removieron la placidez del agua como si despertaran de un sueño.

Y el hombre seguía sin reflejarse.

Solo sabía que estaba allí en aquel momento.

¿Estaba allí?

Un rayo de sol deslumbró en una gota de rocío que colgaba de la hoja de un árbol.

En el lugar donde estaba el hombre, un leve vapor parecía enturbiar el espacio. Quizás fuera el calor de la mañana que comenzaba a evaporar los restos de la fría noche.