En esa taza mediada de agua que se quedó sobre la encimera todo el fin de semana detectas una partícula negra, difunta, con patitas despeluchadas: la mosquita muerta. Mucha debe de ser la sed de los insectos en nuestras casas que (sin riachuelos, sin charcas ni pozas) solo pueden ofrecerles líquidos residuales en extraños receptáculos. Mosquitos, polillas y moscardones: os ofrezco finas láminas líquidas, servidas en vaso modelo culín de sidra, de mi diaria pastilla efervescente de magnesio, de algún resto de botella de Kombuchaengañabobosconsaborsintetiquísimoafrutosrojoswhateverthatis y de “viño da Ribeira Sacra”, con uva mencía monovarietal. Eso os brindo, restos, sobras involuntarias de agua con sabores a las que, ¡oh, maravilla!, llegáis volando, guiadas no sé si por la vista multimulti de insecto, por vuestro olfato avezado o por un enésimo sentido que se nos escapa a los mamíferos. Te veo flotando, ya cadáver, mosquita muerta, en el fondo, fondo, fondo de este cuenco que toda la Navidad estuvo aquí posado, en la mesa de la cocina, en mi ausencia. Certifico tu muerte por ahogamiento, tu muerte por tu sed de por vida. R.I.P. Seguiré contando.
–