Mireia es la primera heroína relatada en esta sección que no muere al final.
En 1987, el Ayuntamiento de Sant Ferriol d’Entremón publicó el concurso público para la construcción de un puente sobre el torrente de las Almas. Lo ganó una arquitecta desconocida, la señora Mireia Nogueras, que había trabajado con el gran Ricardo Bofill siendo becaria. Mireia, ni corta ni perezosa, se trasladó al municipio y se alojó en la fonda regentada por la farmacéutica Mariángeles Calallonga. Allí se pidió un espacio para trabajar y le asignaron la buhardilla.
Nogueras llevó una vida discreta en el pueblecito. No tuvo deslices eróticos. En opinión de Emmanuel Zacarías Mordecay Dosantos, Mireia era más bien feúcha y eso explica su conducta ausente. Al principio de las obras se presentaba a primera hora de la mañana para departir con los trabajadores en tono jovial. Llevaba una manzana verde en el bolsillo derecho, que se comía a las diez en punto, con la mirada fija en un punto del cielo (según el testimonio de Maximilano Samuel Tortajada Zambrano, peón). Luego empezó a ausentarse. Alguien dijo que la vio caminando por los senderos del monte, como ida.
Por aquellas semanas desaparecieron varios niños y niñas de San Ferriol: Sergio García, Francisco de los Santos, Ruth Valdivia, Christian Salazar, Blanca Meybelin Cortázar. Hubo pánico entre las familias inmigradas. Las familias catalanas de toda la vida no se alteraron: sabían que el asesino era selectivo y nacionalista, y que no iba a por ellas.
En noviembre de 1988, Mireia Nogueras acudió al cuartelillo de la Guardia Civil, a primera hora de la mañana. El sargento Alegre reporta una extraña declaración: la arquitecta afirma haber encontrado los restos de una nave extraterrestre en el bosque, y que de ella rescató al único superviviente. El navegante le reveló que su nombre era Voynic345, y que había venido a llevarse a los mejores humanos hacia su planeta, ya que la Tierra sería asolada muy pronto por un meteorito de grandes dimensiones.
—Voynic345 me dio la lista de los humanos que se deben librar del apocalipsis y me encargó la tarea de ponerlos a salvo. Nada hay que temer: le llevé a la cueva de Nuestra Señora d’Entremón. Desde el fondo de la cueva, por un agujero de gusano, Voynic los traslada a su planeta.
Parece ser que el sargento Alegre se frotó la barbilla durante un buen rato. Mandó a los guardias a la cueva, pero allí —tal como el lector despierto habrá intuido, y tal como afirmaba la arquitecta—, no se encontró a nadie, ni vivo ni muerto. Semanas más tarde, el hedor insoportable delató la buhardilla de Mireia, y fue en ese lugar donde se encontraron los cuerpecitos. Mireia fue detenida y trasladada a la prisión de Figueras.
La instrucción del caso se demoró más de diez años, ya que la acusada afirmó haber sufrido una abducción por un ente extramundano, que la había confundido y pervertido. La voz que el ente maligno hacía resonar en su cabeza le exigía que repitiera el delito una y otra vez, declaró (“Vuelve a hacerlo, vuelve a hacerlo”). Jacobo de Bottom, perito judicial asignado al caso, dudaba entre el trastorno mental o la verdad del relato. El perito dimitió de su cargo tras sentirse incapaz, y se marchó a vivir a una comuna vegana de Mataporquera.
Mireia fue amnistiada en virtud de la Ley de Abducciones, Raptos y Arrebatamientos. Fue vista en Tombuctú el verano pasado, en compañía de un hombre mayor que ejerce de chamán y chatarrero. Las obras del puente se suspendieron. Hoy se puede ver la arquitectura inconclusa y abandonada. El sargento Alegre acude a veces a reflexionar ante la chapuza. Hace poco descubrió, perplejo, que alguien había escrito la frase “Hazlo otra vez” en uno de los pilares.