
Una mujer de melena blanca lisa, sonrisa de Patricia Arquette, esos dientes desiguales con un colmillo tan atractivo. Me envió un mensaje, quería verme, le gustaba lo que escribo y me preguntó si le corregiría un texto. Le dije que era un tema delicado, que era muy crítico con lo que leía. Bueno, vivía cerca de mi casa y yo no tenía nada que hacer, es decir ni tenía citas médicas ni había quedado con mi hija, toda mi vida social aparte de tomar cafés y leer el periódico en el Zodiac. Nos vimos en una terraza, nublado con calor, una plaza a los pies de una iglesia con campanario que daba hasta los cuartos. Es bajita, presumida, gafas Ray-Ban Wayfarer como yo, más modernas, y sonríe con el colmillo en punta brillando al sol. Un bar chino, ¡cómo no! Pido Mahou tostada sin y una caña para ella. Xey xey. Le cuento algo de mi vida por cortesía pasando de nada dramático, todo light.
Luego aguantó sus tres maridos y su hija anoréxica. Tiene una voz desagradable, lo peor que puede pasarle a una mujer, separa las sílabas como si hubiera ido a un logopeda y encima un acento madrileño que resuena como gritando ¡Hala Madrí! Me cuenta que ha vivido en Lisboa muchos años y es profesora de portugués y de inglés. A mí el portugués me toca la moral, el gallego aún lo aguanto porque viví en Ourense y algún buen recuerdo me traje. Se lo digo y no le sienta nada bien. Para ella los portugueses son más civilizados que los españoles porque siempre han sido anglófilos, sus aliados naturales en la historia. Le digo que Portugal en el imaginario colectivo de este país se resume en mujeres con bigote, toallas, vino de Oporto (no le digo que nos alegramos de que Magallanes la cascara en favor de Elcano).
Se ofende muchísimo «Las mujeres de antes exageraban el bigote para demostrar que no eran negras, las negras no tienen vello. Y los portugueses son educados, no ruidosos y zafios como los de aquí». «Educados, pero con esclavos negros —le contesto—. Aquí por lo menos se explotaba a la gente sin que llevaran cadenas». Aunque «negros» era el nombre con el que los absolutistas y masones se referían a los liberales españoles cuando Fernando VII, y el grito de «Vivan las cadenas» lo utilizaban estos para reírse de los otros.
El ambiente con Mara, me dice que es María en luso, se ha vuelto como la niebla en Londres. Lo dejamos para otro día que nunca llegará y se empeña en pagar su caña. Me desea suerte y le digo que no la necesito, que adiós queda mejor. La veo desaparecer por la esquina de la iglesia con el móvil en la mano. Acaba de borrar mi número.