Maestría

M de Mirinda

 

La ruta hacia la intimidad no puede ser sino intuida en sus primeros pasos, pues titila, está anegada de dudas encantadoras y es tan frágil como la mica. Más que de tierra, es una senda de aire que se curva, inasible, y suave avanza en arquivoltas.

No la cartografíes, no vueles dentro de su curso con prisas que malean, ni la acotes con balizas, pues solo lograrás que se trunque antes de tiempo y toda comunión se malogre. Aun dejando la ruta al albur, es fácil que se acaben separando los caminos, pero, al menos se habrá podido alcanzar algún buen puerto, entremedias, para solaz de la curiosidad y el deseo.

Tampoco es extraño que, cuando no cuaja el ritual de lo íntimo, tras desdibujarse el sendero sincronizado, persista alguna tangencia, mas nada consistente será: residuo de un rescoldo, caminillo deglutido por la nueva hierba pujante, intermitente hilera insuficiente para restablecer un derrotero sólido y apasionado al alimón.

No siempre se podrán soldar los segmentos que sigan haciendo contacto intermitente, no siempre se podrá reanudar la marcha de la espiral, ni prender de nuevo la pólvora calma que, prometedora, allanó distancias y turbulencias. Y cuando sí sea factible reasentar la senda acaracolada, será necesario empezar, más de una vez, a trompicones, desde un Km. Cero centrípeto y ya sin lustre. Esto, necesariamente, te vencerá y, rendido de cansancio, ahíto de evidencia, abortarás toda singladura remendada.

Quizás nada de esto sea así y esperando lo mejor me ubico, gratuitamente, en el peor escenario de lo posible…

Varada en los puntos suspensivos de un intermedio, en plena partida recién descorchada, y aún sin nombre, yo observo. No elucubraré más, de momento, no me moveré de mis casillas a menos que la leve pendiente del arranque se abisme, o alce el vuelo, si tú tiras. Me quedaré enhebrada en la vereda incipiente y sé que pronto, para mantenerme en este punto dulce, me veré tentada a invocar el poder adherente del almíbar o el mimbre de las palabras que tejen cestas de maravillas.

No lo haré. Maestría, ven a mí. Esta vez, hagamos que sea diferente.

Como alternativa, estoy barajando proponer, desde esta quietud impuesta, otros itinerarios hacia la intimidad, sin etiquetas románticas, que todo lo precipitan y hacen vano. Me atrevo a vislumbrar inexplorados canales expeditos que me permitan verte por dentro, sin correr el riesgo de la divergencia definitiva. Abogo por la construcción de una nueva vía, clara y eficaz, con otro cariz, con otra atmósfera: menos perfumada, pero más penetrante; menos laberíntica y montaña rusa, pero más confiable, más recta y honda, menos melindre, más ingenioso estilete.

Uno de esos itinerarios se anuncia: «Enseñémonos». Si aceptas, esa generosa cesión tuya nos franquearía el acceso a campos, a manojos, a tesoros, a centenares de vínculos irreversibles. El conocimiento que une. Podemos iniciar, cuando quieras, un trueque lento, de ida y vuelta, un pausado intercambio de elecciones de vida, de lecciones de repaso, de selecciones de lecturas, memorias y escenarios, de sabias indiscreciones, de predilecciones poéticas o digresiones sobre la pimienta, sobre los libros sin custodia, sobre el terror que anida en las islas hermosamente agrestes.


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