Los tiempos se mueven

El martillo pneumático


Los tiempos se mueven, son tiempos líquidos. Hoy, proyectar un edificio, escribir o dibujar sobre la cresta de las turbulencias es una acción desesperada. Se producen naufragios, choques contra entre lo natural y lo humano. Y ya se sabe, cuanto más humano más cruenta es la colisión.

Sobre la estulticia y la incultura sólo se pueden construir equilibrios indiferentes.  Pericia, falsedad o quimera, tanto da, el caso es que peligra el equilibrio.

Para levantar cualquier obra humana, la exactitud es indispensable, aunque lleguemos a ella después del tanteo. Se trata de conseguir una armonía geométrica de contrapesos. La cuestión es equilibrar la realidad y la fuerza bruta del animal que llevamos dentro. Por cierto, este animal que dicen que llevamos dentro, nunca aparece en las radiografías.

Hay una geometría del alma. Hay un equilibrio entre las inercias del pensamiento racional y las de la emoción que debemos preservar.

De momento y, antes de que el líquido del tiempo inunde la isla de la razón, prefiero la armonía de las esferas y algunos cantos de la Comedia de Dante, y lo prefiero más que una revolución chirriante de metales o las promesas del apañamundos que, con ademán mesiánico, desciende de la montaña de los dragones rampantes.

Desgraciadamente, ocurre que después del revolucionario choque de los bronces, las vírgenes nunca han salido a bailar y sólo hemos visto madres que lloraban por el dolor causado por la barbarie humana.

Las ideologías son efímeras, pasajeras e insignificantes y se disipan como el aroma del mirabolano.