Nadie piense que con este artículo vamos a terciar en el debate sobre el sexismo en el lenguaje. ¡Allá se las compongan políticos, periodistas y académicos con los muertos y las muertas! En esta sección sólo hablamos de libros, y nuestros lectores y lectoras, nuestros colaboradores y colaboradoras, que yo sepa, no comparten posiciones maniqueas.
Nuestro título coincide con el de un libro de Ramón Gómez de la Serna, llamado precisamente Los muertos y las muertas1, y del que guardo en mi gabinete —como un Joan Vigó cualquiera— una edición de 1961, en Austral, serie violeta. Ignoro si hubo otras ediciones, o si el libro volvió a ponerse en circulación. Las anotaciones de Ramón Gómez de la Serna sobre la muerte, los entierros, las lápidas y epitafios no han perdido actualidad, y es que la muerte es eterna. Su libro constituye un jugoso catálogo de ocurrencias que hará las delicias del lector inquieto. El volumen se completa con casi un centenar de historias breves de humor negro, agrupadas bajo el epígrafe de Otras fantasmagorías.
En su libro, Ramón confiesa no saber demasiado sobre la muerte. Él dice haber ejercido de cronista en los cementerios, elucubrado sobre la muerte, transcrito epitafios y anotado lápidas y esquelas, y, tras larguísimos años de actividad en el terreno de lo fúnebre, sólo ha descubierto que «escribir sobre la muerte es como si un ciego de nacimiento pintase paisajes. Más aún: como si el que lo hubiese visto todo no hubiese visto nada, no viese ya nada.» Y concluye: «Después de todo, la muerte es morirse».
Añadamos alguna de sus greguerías con el fin de subrayar lo poco que sabemos sobre el tema:
La muerte es como un rayo eléctrico que nos electrocuta sin electricidad.
Hay que saber ser cadáver, pues es el oficio en que más vamos a durar.
No se agoniza solo. Siempre se pertenece a un coro de agonizantes que agonizan en todo el mundo en ese preciso instante
Tanto inhumar como exhumar es convertirse en humo.
Hoy escribimos sobre esto para recordar a nuestros lectores que se está acabando el mes de octubre y que enseguida empezará noviembre, con sus castañas y celebraciones. Fechas muy apropiadas para visitar cementerios y, quizá también, para recibir la visita de la muerte en nuestra propia casa. Días en los que debemos tomar conciencia de que estamos apurando la copa, mientras en nuestro tocadiscos vital suena ese fox tan delicioso que Ramón tituló Diviértete porque es más tarde de lo que crees.
Moraleja
Considerando lo anterior, trate de guiarse en lo sucesivo por las normas siguientes:
—Si nos ha leído hasta aquí, enhorabuena: todavía está usted vivo. Le apremiamos a que siga leyendo antes de que se vaya la luz.
—Si además de lector es usted uno de los colaboradores de nuestra revista, enhorabuena también. Nos complace saber que sigue ahí, con el lápiz enhiesto. Demuéstrelo escribiendo el que podría ser su último artículo para La Charca. Con el suyo y nueve más montaremos un especial para la semana que viene, centrado en los muertos, las muertas y otras fantasmagorías.
—Y si lo acaba escribiendo, hágalo por puro placer, para divertirse, ajeno a la preocupación por la posteridad. Créame: no hay posteridad que aguante la próxima glaciación o el definitivo fin del mundo. Hasta entonces, que usted lo pase bien y nosotros también.
(1) Ramón Gómez de la Serna: Los muertos y las muertas (Austral, 1942).