Hay un autor al que ahora no se le quiere demasiado que nos dijo que cuando el mundo se haya arreglado, por la boca de los cañones saldrán bocadillos de jamón y queso y que, además, habrá para todos.
Cuando el mundo se haya arreglado, además de la abundancia de bocadillos, los niños serán obedientes y esta república del deseo, esta tierra baldía, quedará íntegramente gobernada por la razón, por la libertad y la imaginación.
La compostura del planeta sólo será posible cuando un puñado de personas libres, capaces de deleitarse con un bacalao al pil-pil y reflexionar sobre el grado de emulsión del aceite y la gelatinización de la piel del pescado, tomen las riendas de la situación y saliendo de la cocina, armados con unos cucharones y con la transgresión de su sensibilidad, podrán destruir el reino de lo insoportable.
La compostura del planeta sólo será posible cuando aquel puñado de mujeres y hombres libres nos demuestren la eficacia de la técnica, esa técnica consciente que hace feliz al personal; esa técnica de la cocina, que es capaz de reducir los frutos de la tierra a una espiritual enajenación.
Por cierto, no soy el único que dice que el bacalao al pil-pil es una razón para vivir. En efecto, cuando parece que todo se ha perdido, cuando no esperas otra cosa que la puñalada elegante y cívica del vecino, nos queda el bacalao al pil-pil y muy pocas otras cosas.