Habiendo recibido unas platitas inesperadas que me acaban de pagar de un fondo complementario para exonerados durante los días de la dictadura, que afectó a mi país de origen —que no voy a mencionar— hace ya varias décadas, y para reconocer la existencia de este preferencial medio de difusión —aunque de vez en cuando me publican libros en papel, a veces con royalties y todo— decidí poner parte de esos exiguos pero inesperados fondos para celebrar los 54 años de la Internet (porque para mí es mujer, y además joven, como espero que sea para todos los hispanohablantes, heterosexuales o no). Así invité a algunos amigos, pseudoamigos y paraamigos selectos y conocidos, y amigos o conocidos de estos amigos o conocidos, también selectos, a una reunión líquida básicamente, pero con alitas de pollo y nachos, en el restaurante que me tolera y sirve como oficina durante las horas muertas a partir de la magic hour, en que los viejos que vivimos solos ya no damos para más y salimos a deambular por las cienciaficciónicas, apocaliptoides y casi desiertas calles de esta ciudad capital. Al menos yo salgo.
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