Lo podrido

El martillo pneumático

 

Las estructuras de los organismos están jerarquizadas y organizadas según un orden inmutable. La germinación y crecimiento de la materia orgánica se produce siguiendo una armonía equilibrada y sistemática, cumpliendo siempre unas leyes matemáticas precisas que la ciencia nos ha ido descubriendo. En el crecimiento de los seres vivos todo es orden, rutina y mediocridad. Cualquier exclusividad o alteración provoca alteración mórbida.

Poco a poco, gracias a los avances científicos vamos conociendo el orden geométrico y exacto que rige la formación de la materia inanimada, lo comprobamos en la cristalización de los minerales y en la estructura del átomo. También en la materia animada rige el orden geométrico que la ciencia nos descubre, sin que la religión y otras zarandajas esotéricas nos aclaren nada sustancial.

Los procesos de germinación y crecimiento son rigurosos y su orden armónico puede ser representado con una ecuación matemática. No sucede así en los procesos de desintegración, de podredumbre y degradación de los cuerpos. La materia se deshace sin orden ni concierto, el caos impera en la desintegración, parece que cada partícula vaya a su aire, sin que exista una ley de descomposición.

Se trata de la degradación sin ley. Aparece lo podrido, el caos molecular, la pérdida del orden y casi siempre el hedor. Este fenómeno, lejos de ser negativo, tiene un efecto germinador, sirve de nutriente para que los seres vivos se alimenten. Nosotros mismos adictos al Cabrales, a las levaduras, al yogur y al pan de espelta nos atiborramos con toda esta podredumbre.

Algo así parece ocurrir también en los pueblos y en el arte.

Algún teórico del arte o de la estética debería preguntarse si lo podrido no es germen de los estilos artísticos. A mi entender, cuanto más lacrimógena y sentimental es una obra de arte, más cerca de lo podrido se encuentra, entiendo que le falta nutrición y que todavía no ha alcanzado el orden armónico necesario.