Ahora estoy recluido en el trastero, dentro de los límites soberanos de mi Estado, y soy feliz. También soy libre e independiente. ¡Soy una nación, cojones! Como manifesté al principio: odio los apiñamientos; amo la pureza y la singularidad. Hace una media hora me di cuenta de que mi cabeza y extremidades están obscenamente unidas al tronco. “¡Separar, separar, separar!”, me dije. Cogí la cuchilla y empecé por los cinco dedos de la mano derecha, para que cada uno sea una nación. Los veo sobre la mesa, sueltos e independizados de la mano centralista. Estoy desangrándome, pero voy alcanzando mi ideal. Cuando cesen las funciones de mi organismo cada célula irá por su lado. Cada célula será una nación. Acabarán descomponiéndose y quedarán las moléculas. Cada molécula será una nación. Si el proceso liberador continúa, cada átomo será un Estado libre asociado. Después las partículas elementales. Tal vez otro tanto le ocurra el Universo, así se alcanzará la pureza inmaculada y nacional del vacío y la libertad absoluta. ¡Viva la nada!
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