Que «en todas partes cuecen habas y en la mía a calderadas» es cosa sabida. Dicho en prosa: en todas partes encontraremos problemas y disgustos. También en la casa del filósofo, capaz de enhebrar memeces, manías y puntos de vista que harían sonrojar a sus discípulos. Y es que tras la escenografía filosófica se oculta una tramoya hecha de claudicaciones y lisonjas, como en la de cualquier mortal.
Por ejemplo, el gran Pitágoras y los miembros de su secta tenían prohibido comer habas, pues entendían que en ellas moraban las almas de los difuntos antes de la reencarnación. Aristóteles insiste en su tratado De las habas que Pitágoras mandaba abstenerse de comerlas porque «semejan a las partes pudendas o a las puertas infernales, porque carecen de nudos, o porque corrompen, o porque se parecen a la naturaleza del universo, o porque sirven en el gobierno oligárquico eligiendo por medio de ellas». El punto y final de Pitágoras no deja de ser absurdo: perseguido por sus enemigos pudo salvarse atravesando un campo de habas. Sin embargo, prefirió ofrecer su garganta a los perseguidores exclamando: «Es mejor ser cogido que pisar estas habas».
Todo esto viene a cuento porque ha caído en mis manos el libro Tiempo de magos1, un ensayo de Wolfram Eilenberger, centrado en la década filosófica de los años veinte del pasado siglo. El libro nos cuenta la trayectoria de cuatro importantísimos pensadores contemporáneos (Wittgenstein, Cassirer, Heidegger y Walter Benjamin), cuyas vivencias se combinan con menciones a sus planteamientos teóricos. No es un libro de historia de la filosofía, es un libro de historia de los filósofos. Eilenberger nos refiere los desequilibrios nerviosos de estos personajes, sus problemas familiares, compadreos eróticos, envidias, enchufes y recomendaciones. Zarandajas filosóficas aparte, lo más significativo del libro son las neurosis de Wittgenstein y su temor a no ser comprendido, las crisis de Cassirer por mantener su prestigio universitario, la boda de Heidegger con una mujer protestante para logar una plaza fija de asistente en la universidad de Friburgo, o los devaneos amorosos e inseguridades de Walter Benjamin, arruinado y falto de empeño, buscando la salvación en la literatura.
El libro concluye en 1929 con la disputa en el congreso filosófico de Davos entre Cassirer y Heidegger a cuenta de la pregunta kantiana “¿qué es el hombre?”. Cassirer, disminuido por una gripe repentina, se enfrenta a un belicoso Heidegger, joven pensador nacionalista a la caza de reconocimiento social. Un nutrido grupo de seguidores y estudiantes contemplan la dificultad de Cassirer para encararse al autor de El ser y el tiempo. Cassirer golpea primero; Heidegger se resiente y cambia de estrategia; Cassirer se repliega en terreno conocido y enarbola el imperativo categórico; Heidegger apunta que tal concepto debe referirse necesariamente a un ser finito: el Dasein, el ser-ahí, el hombre, atrapado entre la angustia de la existencia y la certeza de la muerte. Cassirer se pone a la defensiva y calla la boca. Heidegger construye entonces un brillante discurso que le granjeará la admiración académica. Cassirer se rinde y masculla: «Estamos en una posición en la que poco se consigue con meros argumentos lógicos». Eso lo sabía Heidegger desde el inicio. Lo fundamental en un debate como este es el coraje de los contendientes y no los argumentos. La vehemencia vence a la buena educación, como es sabido.
Tres años y medio después, Heidegger fue nombrado rector de la Universidad de Friburgo por el nuevo régimen nacionalsocialista alemán. Cassirer tuvo que exiliarse de Hamburgo por su condición de judío, primero a Suiza y luego a Estados Unidos. Walter Benjamin arrastró sus depresiones y su impericia económica hasta París, huyendo de los nazis y recalando en Portbou, donde se suicidó. Wittgenstein, finalmente, logró un puesto de profesor en Cambridge gracias a la intercesión de Bertrand Russell, a pesar de que su mentor no entendía realmente el Tractatus. Cosas de la vida.
Moraleja
Considerando lo anterior, trate de guiarse en lo sucesivo por las normas siguientes:
—Si la trayectoria de los más afamados filósofos está preñada de vicios, pecados y enfermedades morales, ¿cómo será la suya, queridísimo lector? ¿Y cómo será la nuestra, henchida por el deseo de alcanzar lo imposible?
—No se preocupe. En el mejor de los casos, usted es un sujeto irrelevante y, en consecuencia, nada se contará de sus envidias y soberbias en un libro de 400 páginas como el de Eilenberger. Sus vicios y debilidades nunca se harán públicos.
—Lo que es seguro es que, en la trastienda de su día a día, usted también oculta líos, compadreos y barullos varios. Lo sabemos porque, como escribió Cervantes en El Quijote, en todas partes cuecen habas. ¡Vivan las legumbres!
(1) Wolfram Eilenberger: Tiempo de magos. La gran década de la filosofía 1919-1929. Barcelona, Taurus (2019).