– ¡Necesitaba un descanso!
No pude reprimir soltar tan recurrente expresión cuando, al terminar el último viernes de julio, el periodo vacacional se presentaba ante mí en toda su grandiosidad: treinta días en los que iba a poder desentenderme de todo cuanto me rodeaba, de ese entorno que me tenía atenazado tanto en mi vida profesional como en la social. Incluso, en la más cotidiana relación con mi vecindario, amigos y demás paseantes que pudiera haberme cruzado durante los once meses que había durado mi rutinario suplicio desde el último descanso.
No puedo decir que sea alguien al que la vida le haya castigado. Muy al contrario, me siento en cierto modo un privilegiado. Disfruto de un trabajo bien remunerado y de bastante tiempo libre a mi disposición que, además, invierto en muchas aficiones con gusto y en compañía de gente que me gusta. Sin embargo, siempre fue intensa mi necesidad de romper con las rutinas, y en este tiempo de descanso que se presentaba ante mí me había propuesto no realizar nada que tuviera que ver con mi contexto más cercano. Quería olvidarme de mis compañeros de trabajo, de mis amistades, de mis vecinos…
Así, cogí mi mochila y la llené con lo esencial, excluyendo de ella todo lo que supusiera peso innecesario. No quería limitar mi capacidad de improvisación para un viaje que no tenía muy claro dónde me llevaría pero sí que debía ser diferente, distinto, casi como un retorno a los orígenes. Aunque he de decir que no tenía nada claro lo que en realidad quería decirme con estos términos.
Recorrí medio mundo pasando por lugares espectaculares a la vez que conocí personajes de la más diversa condición, tanto social como intelectual. Lo pasé mal en distintas ocasiones pero fue más fuerte mi disposición a encontrar algo nuevo (o encontrarme a mí mismo) que el desánimo que me produjeron dichas situaciones complicadas.
No voy a hacer aquí un relato de viajes porque no es eso lo que me interesa. Todo esto que cuento es para presentar los antecedentes de cómo conocí a aquella mujer, fascinante y espeluznante al mismo tiempo.
Fue en Mumbai, la monstruosa ciudad de La India cuando, accidentalmente, me choqué con ella en un cruce de calles ensordecedoras y atestadas de gente que no paraba de trabajar y de moverse de un sitio a otro. El impacto fue inmediato. Nos quedamos mirándonos sin saber qué decir. Parecía que el tiempo se hubiera detenido y una burbuja de silencio nos hubiera envuelto entre ese caos vital que nos rodeaba. De forma inesperada y en mi lengua, ella me hizo una pregunta.
– ¿Recuerdas la música de Pippi Langstrump?
La referencia a la televisiva serie infantil sueca me dejó atónito. No supe qué actitud tomar ni qué pensar acerca de esa mujer que tenía frente a mí.
No recuerdo qué hice entonces ni lo que sucedió los días posteriores. Parece como si un borrador mental hubiera eliminado de mi memoria cualquier detalle de la relación que sí sé que tuve con ella. Eso es algo de lo que no tengo duda. Todo mi cuerpo está imbuido de una pringosa sensación de contactos, de una aceitosa pátina de olores, de una vibrante pulsión de miradas…
Debilitado emocionalmente, no tanto por el viaje como por la relación que mantuve con aquella mujer, a mi regreso tras ese mes de vacaciones, sentía una extraña necesidad de regresar a la rutinaria vida cotidiana, a lo conocido, a lo sabido. Vi con sencilla alegría las calles, los vehículos, las gentes que siempre me habían agobiado. Sentí tranquilidad al descubrir la puerta de mi casa, al entrar en ella y tumbarme en mi cama. Al oír los ruidos ya conocidos del vecindario. Nada parecía haber cambiado en mi ausencia y eso me reconfortaba.
Todo parecía seguir igual, excepto la casa de enfrente, habitualmente en alquiler, que parecía tener nuevos inquilinos. Algo, por otro lado, bastante común en la zona en la que vivo, ya que tras el periodo vacacional nuevos estudiantes o visitantes suelen llegar para pasar cursos enteros dedicados al estudio o para realizar algún trabajo.
Nunca imaginé que aquello pudiera llegar a ocurrir.
Cuando a la mañana siguiente salí para reincorporarme a mi trabajo, la puerta de esa vivienda se abrió y de ella, como si fuera una flor que se abría en primavera, pareció brotar una mujer.
Mi cuerpo se estremeció con un escalofrío, no sé bien si de emoción o de miedo. Esa mujer era la que había conocido en Mumbai.