Una corriente de aire algo más cálido y húmedo del habitual le habló de la selva junto a las mejillas y sintió cómo se arremolinaba entre sus labios, besándolo suavemente. La tormenta se acercaba, y cada ráfaga de viento lo aproximaba más al fragor del bosque. Finalmente, apretó los párpados y se sumergió en una espesura ficticia, cuyo modelo engrandecía cualquiera de los que había conocido hasta entonces. No tuvo más que empujarse a través de la cortina de hojas desvencijadas por el viento y la lluvia, y lo demás vino a él como el abatirse de una sombra.
Una maraña de troncos, ramas, hojas, lianas y grandes flores brillantes y mojadas se apartaron de su camino. Buscó las ramas más grandes que le permitieran ascender y trepó, empapándose, hasta que la altura y la delgadez del bosque se lo permitieron. Había pájaros escondidos en los líquenes, roedores entre las epífitas, monos balanceándose bajo las hojas más grandes, hilos de agua serpenteando en torno a las ramas, aliándose y creando verdaderos torrentes sobre los troncos que se escondían bajo la hojarasca del suelo, lejos de los relámpagos. Sabía que allí abajo la lluvia no era más que un susurro y, para algunos, la habilidad de acercar la lengua a uno de los troncos y sorber la dulzura de aquel líquido acaramelado por la savia de los árboles.
Saltó una y otra vez tratando de hallar una rama que pudiera pertenecer a un gigante. Había carroñeros en los puestos más altos, depredadores en las encrucijadas, miríadas de insectos sobre los bejucos y otros tantos ocultos bajo las cortezas. Saltó, sujetándose con las uñas, hasta un árbol gigantesco, se elevó por encima del dosel y trepó a una rama desnuda que se agitaba, azotada por un viento enloquecido. Esperó a que los relámpagos le mostraran la selva, una formación boscosa que se extendía, intensamente verde, hasta donde la vista y la cortina de agua le permitían admirar.
Una chispa eléctrica lo deslumbró y, cuando apenas se había repuesto del fragor del trueno, otra lo obligó a retroceder, perder el equilibrio y caer…
Luisa lo abrazó y dejó que cayera suavemente sobre ella.
—Te estabas cayendo, señor soñador —le dijo, obligándolo a sonreír, mientras lo apretaba contra su regazo, dejando que sintiera el olor de su sexo a través de la lana de los pantalones. Ese aroma le hacía pensar que bastaba con haber nacido para que mereciera la pena la existencia, pero, siendo incapaces de percibirlo y disfrutar de esto en el momento del nacimiento, necesitamos vivir muchos años para que ese momento llegue a nuestra conciencia, que el pasado viaje al presente para ser conscientes de él. Si la muerte fuera algo parecido, tendrías que pasar mucho tiempo en un lugar oscuro, aislado, como presumían algunas creencias antiguas, para que la percepción de tu propia muerte se hiciera realidad, y solo entonces podrías volver a nacer, porque en los dos, el nacimiento y la muerte, reside la razón de nuestra existencia, todo lo demás es el camino que necesitamos para comprenderlo.
—Vayámonos —Cécrope se levantó y la cogió de las manos. Luisa tenía un cuarto pequeño y una cama en la que era imposible dormir desligados—. Esta tormenta ya no me necesita.
Por la noche, Cécrope soñó con caminos de barro y laberintos de maíz, patios de alborozos y porches de telares con labios ansiosos de narraciones, escuchó historias de colibríes, de plumas, de pétalos, de raíces, de miel y de ángeles, llovieron colores, rosas y anhelos, se sumergió en el vidrio negro de los basaltos volcánicos, se acumularon entre sus dedos los espejuelos de mica de los granitos plateados y se alborotaron los peces que estaban durmiendo en el seno de los lapiaces calcáreos.
Por la mañana, no se despertó hasta que el sol no hubo disipado el humo de los desayunos y el pajón no se hubo secado. Cuando se asomó, el aroma de las tortitas de maíz y del café caliente el calor de los niños y la campana de la escuela y los pesados pasos del ganado y los hatillos de leña y los sacos de manzanas ya habían pasado.
—Lo más precioso —decía siempre Cécrope— es lo silencioso de su ritual. Adoro este lugar.