«La religión asesina la moral. Propone un cielo, un infierno, para castigo o gratificación eternos por el cumplimiento o no de mandatos aleatorios que, reconozcámoslo, encarnan dicotomías morales, reforzando ese asesinato con el amor a la divinidad. “Amo a dios y después cumplo con los mandamientos”. Dios se “come” a la moral. El 99% de la humanidad no tiene moral interna, a la gente hay que mandarla y amenazarla para que se porte bien. Los profetas y dioses atrofian el sentido moral, la capacidad de la gente de obrar bien o mal sin coerción. Si existiera el alma, la religión la estaría atrofiando».
Ese fue el post que él colocó en la Face y que alguien hizo público. Entonces empezó a recibir amenazas de muerte, llamadas, emails, incluso (lo que es más grave) un par de cartas por el tradicional correo de nuestras madres y abuelas. Es decir que alguien local conocía su dirección. Bajo llave en su departamento pensaba que la única pieza vulnerable para disparos o un bombazo era el living, que daba a un balcón. Estaba en un segundo piso. No podía cambiar de trabajo. No podía trabajar desde la casa por email, como otros freelancers. Además, estaba el problema de las compras, uno tiene que comer.
Afortunadamente no tenía parientes en la ciudad o en el país. Se hizo experto en el examen de las pizzas y otra comida por encargo. Su gato subió un par de libras en esas semanas, como catador obligado. Un día en sueños vio a profetas y pastores echados al infierno por un dios sin rostro, que les enrostró su carencia de alma, su negligencia en el desarrollo de las almas de sus rebaños.