La privatización del conocimiento

Biblioteca low cost


El director de la mundialmente conocida Biblioteca Bodleiana de Oxford, Richard Ovenden, repasa en Quemar libros. Una historia de la destrucción deliberada del conocimiento (Editorial Crítica, 2021) las grandes destrucciones de libros, desde la antigua Grecia hasta la quema de la biblioteca de Sarajevo. Destruir la cultura ha sido desde hace siglos una de las grandes aficiones de los regímenes totalitarios, el símbolo máximo fue el aquelarre de hogueras que organizaron los nazis en el centro de Berlín poco después de llegar al poder, en mayo de 1933, en donde quemaron algunas de las obras más importantes del siglo XX. Richard Ovenden también nos habla de las amenazas a las que las bibliotecas y los archivos están sometidos actualmente por determinados grupos e incluso Estados cuyo propósito es negar el pasado y la verdad.

De este interesante libro, merece destacar el capítulo trece, Diluvio digital, en el que Richard Ovenden suma otro problema, respecto al conocimiento, no menos importante en la actualidad y de cara al futuro: el surgimiento de empresas tecnológicas que han privatizado el almacenamiento y la transmisión del conocimiento de forma digital.

Las bibliotecas y los archivos, desde las antiguas civilizaciones, han custodiado y han traspasado la memoria del mundo de una generación a la siguiente; ahora esa memoria se externaliza a las principales empresas tecnológicas privadas que controlan la red. 

Casi sin darnos cuenta o inconscientemente hemos dejado en manos de poderosas compañías privadas la memoria cultural del mundo. Todo el conocimiento que se ha creado está siendo recabado y almacenado por esas tecnológicas con el simple nombre de «datos». A través de sus plataformas tienen acceso exclusivo a nuestras interacciones y utilizan esos datos para manipular nuestra conducta, modelar los hábitos de compra, decidir nuestro comportamiento a la hora de votar, controlar y decidir sobre nuestra salud, etc. Ejercen una manipulación de nuestras conductas de manera tan secreta que somos incapaces de comprender o de oponernos a sus oscuras intenciones, nos sentimos tan atrapados por sus algoritmos que no pensamos en las consecuencias de nuestros actos y de sus manipulaciones de cara al futuro. 

Como dice Ovenden: «El vertiginoso auge de estas compañías, con su base de clientes globales y sus ingentes beneficios no tiene precedentes. Quizá el paralelo más próximo sea el de la iglesia católica romana de la Edad Media y el Renacimiento. La iglesia católica ostentaba asimismo poderes espirituales y temporales sobre vastas franjas del planeta, con considerables intereses económicos». 

En el transcurso de los siglos, la iglesia católica fue perdiendo influencia entre la gente y hoy en día ya no ejerce el poder de antaño, pero no podemos decir lo mismo de las empresas tecnológicas actuales, que van adquiriendo más poder y dominio sobre la gente con sus interesadas innovaciones e inversiones a medida que avanzan los años. 

Hoy en día empezamos a ver a los propietarios de esas empresas con cierta sospecha y temor distópicos, constata Ovenden, y no puedo estar más de acuerdo: la finalidad de las bibliotecas y archivos siempre ha sido ofrecer información fiable y digna de confianza, pero estas poderosas compañías tecnológicas no tienen como objetivo compartir la responsabilidad de preservar el conocimiento para la sociedad, sus objetivos son puramente económicos, de poder, de control y de vigilancia, como ha denunciado Shoshana Zuboff en La era del capitalismo de la vigilancia

Los gigantes tecnológicos privados son los nuevos señores feudales, los Estados dependen de ellos y los usuarios somos los labradores de sus tierras, con los conocimientos y datos que producimos, ellos sacan provecho y llenan sus bolsillos.   

(*) De Jordi Balcells: Un mundo contra la otredad, La Ignorancia Libros, 2023, pp. 131-132.