En este caso no hay espacio para lo jocoso. La carrera de Maman Jeanne vista fuera de contexto sería digna de una película cómica de esas de los principios del cine, pero se trata de la reacción a la más terrible noticia que alguien puede recibir en su vida.
Jeanne es la mujer del guardabosques en La maison des bois, una serie que realizó Maurice Pialat y presentó en 1971 la televisión francesa, adaptación fiel de una novela que cuenta el eco de la Primera Guerra Mundial en un pequeño pueblo francés.
Ella es uno de los muchos personajes que aparecen, como el cura, el cartero, un sacristán siempre con la sonrisa en la boca ayudado por la degustación del vino local, un trampero, un aviador, el que regenta el bar local (que está imbuido de ideas revolucionarias) y tantos otros, todos ellos escogidos por Pialat por su aspecto, sin que se tratase de actores profesionales. Pero poco a poco iremos viendo que, desde sus silencios, su bondad, su forma de afrontar los acontecimientos con buena cara, quizás moviendo inteligentemente los hilos a su alcance, es casi casi el pilar fundamental, junto a los de los diferentes niños, sobre el que se construye y aposenta toda la trama.
Aparente dócil mujer que realiza todos los trabajos de la casa mientras su marido recorre con su bicicleta los bosques del marqués al que sirve, vemos que sabe utilizar muy astutamente, cuando hace falta, el poder caciquil de este último. Tiene dos hijos ya adultos, pero además, a cambio de unas monedas, acoge en su pequeña casa del bosque, que es la que da título a la serie, a tres niños parisinos más pequeños. Estos niños, auténticos protagonistas, que nos llevan en sus correrías por todo el vecindario, están ahí como refugiados, mientras sus padres están en el ejército. Son los que la llaman «Maman Jeanne», considerándola como una segunda madre.
Pues bien: bastante entrada la serie en su segunda mitad, Maman Jeanne va a ser el punto de mira de una larga escena. Ya en episodios anteriores acusa su desánimo ante la falta de noticias de su hijo, que fue llamado a filas. En este episodio vemos cómo el alcalde, un hombretón ya mayor, pero aún de sólida y poderosa presencia, se arma de valor y se acerca a la casa, llamando a la puerta. Abre Jeanne y apenas si oímos entonces lo que le dice, pero lo imaginamos. Tras un momento de desconcierto, ella suelta un grito y vemos cómo se se aleja corriendo, como si fuera un sprint atlético, hacia la verja del terreno y, ya en el plano siguiente, yendo a la misma velocidad, entrando en contradicción con el apacible carácter que ha mostrado hasta el momento, por el camino del bosque.
Entre árboles y matorrales el guardabosque oye uno de sus gritos, deja lo que está haciendo y se acerca al camino, por el que llega, como impulsada por un cohete, Maman Jeanne. Los dos se miran y se abrazan un instante. Ella se aparta entonces un par de metros y se deja caer, abatida, al suelo.
A ver cómo puede una madre superar eso.