Hola amigos: el jefe me pidió un nuevo escrito. El problema es que no tenía nada preparado, pero como fiel soldado de la retaguardia, como soy, decidí poner manos a la obra y me aboqué a redactar un artículo profundo y sesudo destinado a los intelectuales más intelectualizados, decididos a desentrañar, de una vez por todas, el intricado enigma de la crústula del Poniabo. Aquí va:
El problema del Poniabo es necesariamente reluccitante por causa de la rumbrancia del abejorro maltés rimpoñado de la gretinova, pero la periquinancia del jorrel lo vuelve inofensivo y trimerioso. Ahora bien… o ahora mal… o ahora regular, tengamos en cuenta que el filotercio insurrecto no admite briconimias exóticas ni aventuras extramatrimoniales, aunque tampoco las intramatrimoniales. Aquí es donde entra en escena la crústula, aunque no la crústula del mitrenio, tampoco la del saaveronte, ni siquiera la del microfante. No, la que entra en escena es la crústula del Poniabo, que milongueando vitesio sarmontela el cruminoncio de la tarena confiriendo michocina a la dimeroncia del bacalao.
¿Está claro? ¡Para que después no digáis que no me he explicado!