La crítica ataca

Cartas al director

Señor editor:

Sin tapujos y en mi condición de lector señero de La Charca, tengo a bien comunicarle que me estoy hartando de ustedes. Leo su publicación desde el principio, si bien de manera asistemática, y en estos sus casi diez años de vida, que se me antojan eternos, he podido constatar un mismo tono discursivo: buscan ustedes un asunto intrascendente sobre cualquier cosa y merodean por él rociando, como por descuido, juicios particulares extraídos de su despreciable cultura de clase media, dejando los discursos a medio hacer, barnizados con la laca de la despreocupación, para infundir modernidad al tema. Lejos quedan los descosidos y fealdades del mundo real y los dramas inconclusos de la existencia humana: la política, la economía, el trabajo, la enfermedad y la muerte. Ya hay sitio para eso en las televisiones, los periódicos y los divanes psiquiátricos…  A ustedes únicamente les compete explorar concienzudamente los terrenos de la fruslería y el espectáculo, que es lo que se lleva ahora. Deben pensar que los temas de fondo aburren y, quizá, en el fondo, sea así.

El resultado no es moco de pavo: el lector —deben pensar ustedes— quedará seducido por la sinceridad de nuestros motivos, por la intensidad de nuestras impresiones y por nuestra evidente falta de ambición. En resumen, lo suyo no es sino un vano intento de abrirse camino en el viejo terreno del relato intrascendente, la opinión trasnochada y la escritura íntima. Para acabarlo de adobar, esos colaboradores, como no son tontos, escriben textos cortitos y así no tienen que mantener el hilo argumental ni hacer frente al reto de una correcta estructura narrativa que, desde tiempo inmemorial, se ciñe al preceptivo orden de planteamiento, nudo y desenlace. Como debería ser, aquí y en Finlandia.

En definitiva, en su web predomina la frivolidad ligera y pretenciosa. En el mejor de los casos, sus textos no sobrepasan el guiño expresivo y, en el peor, suponen más un desahogo de mentes preñadas que un parto creativo. Ahí queda eso.

Espero haberle ofendido lo suficiente como para hacerle despertar. Sepa usted que no hablo por hablar ni escribo por escribir. Fui colaborador de La Estafeta Literaria y sé lo que me digo. Allí escribí crítica de libros, crítica de arte y crítica en general. Incluso publiqué alguna obra bajo su auspicio, hoy lamentablemente descatalogada. No obstante, si le interesa, puedo hacerle llegar algún ejemplar para que usted o alguno de los bichos que conforman su equipo editorial lo lea y tome a bien aprender de un servidor. Le aseguro que mis opiniones no caerán en saco roto.

El otro día pude verlos reunidos en un barucho del Paralelo de Barcelona. El encuentro fue casual, pero aproveché para sentarme en la mesita de al lado y escuchar su conversación. No sé quién de ustedes era quién, aunque todos podrían llamarse Cornadó, Covadlo, Tugues o Montaner. Al verlos allí, en directo, caí en la cuenta de que es mucho mejor leerles que tratarles personalmente. Había uno calvito, otro gordito, otro mayorcito y otro larguirucho, con cifosis. Luego se añadió un quinto, con bigote como Aznar, y una joven de voz aflautada que no veía tres en un burro y tropezó con mi mesa. Ya vi que no les falta palique. Se liaron a hablar de sus cines y sus cómics, y también hablaron de cómo publicar libros, sin ningún respeto por la verdadera literatura. ¡Libros! Por lo visto se creen ustedes que, porque les sobra tiempo o porque se aburren, pueden ponerse a editar en papel. ¡Majaderos! Si no saben cómo rellenar el vacío (de sus vidas) y el hueco literario (de su publicación), ¡echen mano de gente como yo, con años de ciencia y experiencia!

Si quiere, un día quedamos a tomar una cerveza y se lo repito en la cara: lo suyo es propio de un club de palabreros que practican un triste onanismo de salón. Aprovechen esas inmerecidas vacaciones que se toman ahora para reflexionar y darle un vuelco a su publicación. Por el bien de todos. ¡Qué descanso, por Dios!

Gracias por su atención.

Jacinto Monedas, crítico literario.