Hacía dos años que, por distintos avatares, no había podido viajar, como cada año, por vacaciones. Siempre había pensado que el tiempo de vacaciones se había establecido no solo salir para de la rutina diaria sino, sobre todo, para salir de las fronteras estrechas y archiconocidas de su ciudad.
La rutina diaria era una repetición de los mismos gestos, tomar el autobús acompañado de las mismas caras soñolientas por la mañana y fatigadas por la tarde. Era ir los sábados por la mañana al centro comercial a proveerse de los víveres necesarios para su subsistencia de toda la semana buscando las mejores ofertas para estirar el dinero todo lo posible con un objetivo claro: ahorrar para el viaje del verano en el que no se quería privar de nada por caro que fuera.
Los domingos salía a pasear por el parque hasta el estanque donde se entretenía contemplando los patos y los cisnes, unos más esbeltos y majestuosos que los otros, que disimuladamente esperaban el pan que los chiquillos arrancaban de su merienda para ofrecérselo como regalo a las aves. Después volvía por el mismo camino hacia su casa, aunque, si hacía bueno, se sentaba a tomar una cerveza en el bar que estaba dos manzanas antes de su calle y se quedaba contemplando a los paseantes hasta el anochecer.
No tenía amigos, solamente algunos conocidos con los que alguna vez coincidía en el bar o en el supermercado y hablaban del tiempo o de lo cara que estaba la vida o de los hijos que no daban más que disgustos, porque alguno de los conocidos estaba casado y tenía descendencia. Ante estos comentarios se limitaba a sonreír y a asentir con la cabeza, pero nunca expresaba su opinión, no se pronunciaba ni en un sentido ni en otro por lo que en el barrio tenía fama de discreto. Novia, tampoco tenía; cuando era estudiante salió con Mercedes, una compañera de clase, que le mandó pronto a paseo precisamente por su discreción y por no opinar nunca y darle siempre la razón a ella. Como a los locos, le dijo y lo dejó plantado.
El episodio de su fallido noviazgo le dejó traumatizado una temporada, pero se rehízo y no intentó cortejar a ninguna otra muchacha porque sospechaba que le pasaría lo mismo y no le apetecía volver a sufrir.
Ese año estaba planeando un viaje a España, país del que le habían hablado muy bien sus compañeros de trabajo. Sin duda sería un viaje exótico ya que había leído cosas en distintos folletos para hacerse un itinerario, decidir qué era lo más apetecible para visitar y aprovechar todos los días de asueto de los que disponía. Toda la vida había pensado que se trataba de un país muy raro en el que había unas costumbres y unas fiestas extrañas que alguna vez había visto en la televisión y, en general, le horrorizaban. En una ciudad había unas fiestas en las que soltaban una manada de toros por una calle y la gente corría delante hasta que llegaban a una plaza redonda donde había un montón de gente esperando a que llegaran los toros y las personas que corrían. Hubiera sido menos peligroso que la gente corriera detrás de los toros y no delante. En otra ciudad llenaban algunas calles de una especie de esculturas con muchos colorines, algunas muy graciosas, y un día las incendiaban con el peligro que eso suponía para los edificios de alrededor. También había otra fiesta incomprensible que consistía en que la gente se tiraba tomates y lo dejaba todo perdido. Había muchas más cosas raras pero el país tenía unas playas estupendas y le habían dicho que la cerveza era barata por lo que se decidió a fijar su meta en lo que llamaban los folletos la Costa Brava.
Hizo el equipaje, puso gasolina en el coche y emprendió el viaje. Para su tranquilidad no había frontera entre su país y España y la autopista no iba muy llena. A los pocos kilómetros observó cómo un coche se puso a su altura y le hacía señales uno de sus ocupantes como si su vehículo tuviera algún problema. Al principio no hizo caso, pero ante la insistencia del otro coche se decidió a detenerse en un área de descanso. Del coche salieron dos hombres que intentaron abrirle la puerta trasera sin mediar palabra. Entonces se dio cuenta de que iba a ser víctima de un robo.
Con dos disparos solucionó el asunto. Reanudó su camino hacia las ansiadas vacaciones, que no se iba a perder por nada del mundo, después de dos años sin viajar.
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