Hace años que la nieve cubre el paisaje, apenas queda un leve recuerdo de cómo era la luz en primavera.
El día que el planeta se heló, las golondrinas alzaron el vuelo y no regresaron jamás. Desde entonces el cielo es cáscara de huevo y todos los colores son yema.
A menudo llueven ranas sobre la playa y las mariposas inundan las casas. Entonces, la gente huye, temen que las ranas les mordisqueen los oídos y las mariposas les arañen la piel.
Ya nadie anda entre campos de trigo o bajo los cerezos, ni se revuelcan junto a girasoles y azucenas.
A los niños les fascina oír historias de cuando el mundo era una bola caliente y el sol aún no había muerto. No creen que hubiera noches y días, y que las noches fueran oscuras y los días brillantes.
Añoran lo que nunca tuvieron, y a veces, al alba, cuando el pueblo duerme, se les oye imitar el canto de un gallo y se escucha su eco a lo lejos.
Cada mañana junto a su puerta aparece un huevo, y una gallina danza alrededor alborotando el vecindario.
Como son tiempos gélidos, se les heló también la curiosidad, y con ella tantas cosas. Ya nadie se pregunta de dónde salió la gallina ni quién puso el huevo, o si hubo alguna vez un antes y un después.
Imagen Angela Smyth