Joandéu Cuixart i Samaranch, memorialista y esteta

Vidas ejemplares



Juandedéu nació en una buena familia barcelonesa, en la calle Aribau, muy cerca del Seminario. Su padre había sido un buen falangista en sus años mozos y, al terminar la guerra, fue obsequiado con buenos cargos en grandes empresas. El hijo, único, gozó de una vida fácil y caprichosa. Estudió filología en la Universidad de Barcelona. Su padre le animó a afiliarse a Òmnium Cultural, cenáculo de buenos amigos de la Falange amén de buenos catalanes.

—Hijo, es importante que los intelectuales catalanes controléis eso de la cultura, no vaya a ser que a la clase obrera se le ocurra ponerse a publicar en vernáculo y nos perviertan la catalanidad.

Joandedéu obedeció. Era la primera vez que se le presentaba el asunto de las clases y el enfrentamiento que puede haber entre ellas. Para Joandedéu, la clase obrera era el reservorio de empleados a buen precio para su padre y de chicas agradecidas para él: jamás sospechó de ninguna tensión con las buenas gentes de los suburbios, de quienes tantos beneficios se pueden obtener.

Recién licenciado, Joandedéu se inclinó por la poesía, de preferencia neoclásica y muy estilizada, de tono críptico, culta y sofisticada. Publicó el poemario Apolo en Táurida, que luego él mismo tradujo al catalán, y luego, ya en catalán, Orestes no plora y Orestes no té por. Ambas publicadas por Òmnium y con buenas reseñas en La Vanguardia y Serra d’Or. El monje benedictino que hizo la crítica en Serra d’Or, el hermano Oliva Organyà, le contó de sus ancestros en la villa de Sant Ferriol d’Entremón y fue así como Joandedéu decidió pasar un verano en el pueblecito recóndito.

Nada más llegar a Sant Ferriol, Joandedéu se hizo con un volumen de historia local —Sant Ferriol, passat, present i futur— con tan mala fortuna que eligió el tratado de un pueblerino marxista en donde se narraban unos fusilamientos durante la guerra civil y se aseguraba que los cuerpos permanecían en una fosa, a la salida del pueblo por el camino hacia el este. Según el texto, el párroco y sus más fieles habían fusilado a los izquierdistas del pueblo. Joandedéu no concebía la posibilidad de que un historiador catalán fuese rojo y fiable, de modo que decidió desmentir aquel episodio. Contrató a una cuadrilla de trabajadores y abrió grandes zanjas en el lugar indicado. En cada metro cuadrado abierto y sin cadáveres, Joandedéu convocaba al alcalde, al cura y a las fuerzas vivas de San Ferriol para proclamar la mentira escrita en el tratado. Jamás un catalán de bien asesinaría a otro, somo gentes pacíficas y transversales, afirmaba en estas ocasiones.

Sin embargo, la mala suerte hizo que en la tercera semana de excavaciones apareciese un esqueleto con un agujero de bala en la sien. Joandedéu, horrorizado, ocultó el hallazgo y concibió una oscura estratagema. Sabiendo que sus padres estaban muy enfermos y desvariaban, los llevó a Sant Ferriol con un ardid facilón y, una vez allí, los ejecutó con la pistola Astra 900 de su padre, recuerdo de la guerra. Dispuso los cuerpos en el lugar del esqueleto. Con gran inteligencia, Joandedéu había llevado el uniforme de falangista de su padre y así lo vistió. A su madre le puso una peineta con las cuatro barras.

Luego convocó una rueda de prensa para manifestar que los únicos muertos eran justamente del bando nacional y los mostró ante los ojos de periodistas y guardias civiles. Todos quedaron conmocionados ante el estado de conservación de los cadáveres, verdaderamente milagroso. El cura se santiguó e hizo grandes alabanzas a Nuestro Señor. El subteniente Alegre, de la benemérita, llamó al juez. Joandedéu fue detenido pocos días después y puesto a disposición del psiquiatra forense Facundo Olivares, de Badajoz.

Dos semanas más tarde un laboratorio madrileño emitió el informe sobre el esqueleto con agujero en la sien hallado en la fosa: se trataba de un soldado de Napoleón muerto a principios del siglo XIX.