Ismael

Vecindad



Desde que vivo en este edificio no he dejado de escuchar un constante repiqueteo en el patio de luces, amortiguado con clima frío y más intenso cuando hace calor y están abiertas las ventanas. Se trata del ruido producido por el teclado con el que Ismael escribe casi desde que tiene uso de razón. Antes lo hizo a mano y después con máquina de escribir. Ahora usa el ordenador para seguir escribiendo la obra que inició cuando tan solo tenía siete años. Según él, la gran novela de la humanidad, un texto infinito en el que, partiendo de los sucesos acaecidos en su propia vida, pretende contar y explicar el comportamiento de todos los seres humanos a lo largo de la historia, pasada y venidera.

Tan ingente y petulante actividad literaria la inició cuando, observando los cuadros de una exposición de pintura impresionista, se dio cuenta de que las partículas de pintura, que en sí mismas nada significaban, en conjunto creaban una imagen legible de la realidad. Fue entonces cuando pensó que, si escribía los sucesos, todos los sucesos de su existencia, que uno a uno tan solo serían anécdotas, reunidos todos ellos explicarían los modos, las costumbres, los comportamientos, los deseos, las frustraciones e, incluso, los pensamientos de la totalidad del género humano.

Cuando era pequeño y vivía con sus padres anotaba sus reflexiones en cuadernitos escolares, que aún conserva, hasta que pronto empezó a escribir a máquina, llenando folios y más folios, numerándolos todos ellos y archivándolos, al principio por semanas y, poco a poco, a medida que sus análisis fueron ampliándose, reuniéndolos por días e, incluso, por horas.

Sin muchas complicaciones económicas en la familia, no tardó en independizarse y llegó a nuestro edificio con su ya abultado conjunto de escritos, un ordenador y muchas resmas de folios para seguir la inconmensurable tarea que se propuso siendo niño y que, noche tras noche, no ha dejado de llevar a cabo con una más que encomiable voluntad teorética.

Su teclado no ha cesado de sonar en la madrugada produciendo ríos y ríos caudalosos de palabras tras palabras, todas ellas sobre su vida, sobre su existencia, en un remedo de la realidad más absoluta. El sonido de su teclear es tan habitual que se ha convertido en uno más del entorno familiar para todos los vecinos y no he escuchado nunca a nadie protestar por ello. Es más, creo que si dejaran de sonar esas teclas que Ismael aporrea con la misma fuerza que se necesitaba para pulsar las duras máquinas de escribir antiguas, nosotros, los vecinos, echaríamos algo en falta, nos preocuparíamos y hasta nos sentiríamos despojados de algo nuestro.

En contra de lo que pudiera parecer, Ismael no es huraño ni esquivo, no es sombrío ni tiene ninguna de esas características llenas de tics que podríamos asociar con un estereotipado personaje aquejado de un trastorno obsesivo compulsivo. Su comportamiento es tan normal como el del más común de los mortales (si es que la normalidad puede definirse de alguna manera). Solo llama la atención la pequeña libreta negra que siempre lleva para tomar notas caligráficas que, más tarde, a partir de la medianoche, reinterpreta, desarrolla y completa en su extensa narración literaria.

En eso incide Ismael, que no hace nada por ocultar su pasión (¿o pulsión?) escritora. Afirma que no se limita a transcribir de manera fría los hechos acaecidos, sino que los adorna con lo que denominamos literatura, con florituras lingüísticas, con tramas argumentales, con personajes que van poco a poco dibujándose y mostrando su personalidad, todo ello con la intención de crear belleza y que se pueda disfrutar de una narración llena de arte… si es que algún día llegara alguien a leer tan magna obra, que él define sin complejos como la novela más grande jamás escrita.

He podido leer algunos fragmentos de sus textos cuando me ha invitado a su casa a conocerlos y a tomar algo. Insisto en que es un hombre absolutamente sociable y de no ser por su peculiar actividad nadie diría que no es un vecino común y corriente (también insisto en que no creo que haya gente corriente, lo digo solo para que me entiendan). Mi sorpresa ha sido mayúscula al descubrir la gran calidad literaria de su obra. Cogiendo unas páginas por aquí y algunas otras por allá me he dado cuenta de que es una magnífica obra, y me he sentido atrapado por su dicción y con ganas de seguir leyendo esos textos tan cargados de realidad y, también, de emociones.

Cuando le he expresado mi admiración en el aspecto literario y mi curiosidad por si todo cuanto está escrito responde a sucesos reales, me ha sorprendido una vez más.

Ismael me ha confesado que a veces le cuesta distinguir la vida real de la que transcribe como libro eterno. Hasta el punto de que ha llegado a modificar su comportamiento vital para adecuarlo a un buen desarrollo de la narración escrita. O, dicho de otra manera, Ismael llega a cambiar su vida por exigencias del guion.


Ilustración: dibujo del autor sobre papel de caca de elefante.