Integrados en el Apocalipsis

La rana dorada

Se avecinan épocas en que sólo podrá sobrevivir lo que repta.

 Nicolás Gómez Dávila.


La lectura del último libro de Alberto Adsuara, Lo patético del Arte (Ediciones Sequitur, 2023) resulta especialmente aclaratoria para mejor entender nuestra actual y confusa circunstancia estético-artística incluso más allá. Adsuara pasa revista a una serie de deposiciones teóricas que comentan determinados artefactos contemporáneos, en otro tiempo “obras”, para mejor intentar explicar la experiencia estética en y de nuestro presente. El libro no trata de lo patético en el Arte, aviso.

Un distanciamiento irónico, con relación al discurso artístico producido y legitimado por los expertos, nos permitirá ir más allá hacia territorios que bien podríamos calificar como metapolíticos. Para dar este salto, absolutamente personal, del cual en modo alguno es responsable el autor citado, he recurrido también al libro de Gillo Dorfles: Falsificaciones y fetiches (Ediciones Sequitur, 2010) que, desde una perspectiva distinta, podríamos incluso decir que “divergente” por la condición reconocida del autor como “santón” del mundo de la Teoría, busca exponer y determinar los parámetros de la adulteración del arte y su impacto en la sociedad. Ambos trabajos, separados por unas décadas, comparten sin embargo a mi juicio varios temas esenciales que nos permitirán aclararnos un poco en este neblinoso mundo de la experiencia presuntamente estética del nuevo sujeto “posthumano”. Añadir que ninguno, ni Dorfles ni Adsuara, toman contacto explícito con este último concepto, aunque sus análisis permiten, sin demasiado denuedo, suponerlo e incorporarlo.

Vaya por delante señalar que al Arte se le lleva atribuyendo desde hace unos siglos, ni demasiados ni tan intensos como la propaganda de los patrocinadores de la Gran Ilusión que lo fundamenta desearían, una sacralidad secular poco verosímil. Al mismo tiempo cada día resulta más dudoso que sea benigno, incluso digno de atención, todo lo relacionado con el concepto “Arte”.

No trato de sustituir con esta crítica la lectura de ninguno de los dos trabajos citados, principalmente el de Adsuara, que gratifica al lector con una obra informada y amena que no pretende, a pesar de una ironía que linda en ocasiones el sarcasmo, escatimar las cuestiones más imprescindibles y profundas. Podemos avanzar que el libro de Adsuara lanza una mirada poco común, yo diría que audaz, a ese “mirar de otra manera” que se supone implica el gesto artístico contemporáneo. El Arte moderno suscita incomprensión en numerosos espectadores, incomprensión que va deviniendo con el tiempo hostilidad e indiferencia. 

Y como los expertos han dictaminado que poco o nada tiene que ver con la belleza y que las cuestiones sobre el gusto son secundarias, habremos de ver cómo se consensúa el estatus de las obras que lo componen. Es decir: cómo separamos determinados objetos del ámbito de lo profano, en una sociedad alejada, cuando no contraria frontalmente a cualquier tipo de sacralidad digna de ese nombre, y los entregamos a un ámbito privilegiado que denominamos “artístico”. 

¿Pero cómo se realiza esta operación, con qué criterios? ¿Quién oficiará de Humpty Dumpty?

Los criterios se basan en la adquisición de conocimientos previos basados en el entorno cultural o / y en la Historia. Dejo al lector con este texto de Dorfles para que se vaya zambullendo en la cuestión:

Esta constatación nos permite además aceptar la hipótesis de que la obra de arte tenga, fuera de una vitalidad y eficacia contemporánea con su concepción y realización, también una eficacia «póstuma», transepocal que reverbera en épocas aún muy posteriores a las de su producción. Por lo que concierne a la posibilidad de un juicio axiológico referido a una obra de arte del pasado, si es efectivo que la obra, para ser juzgada »históricamente» debe ser sometida al cedazo de precisos y profundizados conocimientos técnicos, científicos, filológicos, concernientes a la época en que fue creada, aún en igual medida es efectivo que ésta puede y debe poseer una eficacia transhistórica que supera y trasciende los límites de nuestros conocimientos históricos de aquel período. Gillo Dorfles (“Historia del Arte como Historia de la Filosofía”, 1974)

Volviendo a Adsuara, que aporta materiales diversos procedentes de críticos destacados: lo que confiere sentido al objeto artístico actual es su vinculación al hecho histórico. La Historia sigue siendo la única valedora del Arte. Este último con mayúsculas es algo auto inaugurado en el siglo XVIII, cuya incomprensión perpetúa su propia continuidad. Las claves de su comprensión sólo están permitidas inevitablemente a los expertos. Como señala Lebrero Stals y recoge el autor: «la crítica inteligente es cualitativa y la mayoría de las veces hipoteca el presente para ganar el futuro». Una manera peculiar de nombrar la “eficacia transhistórica” de Dorfles. 

“ET: el extraterrestre”. Testigo metáfora de una humanidad grotesca y terminal. 

El Museo Reina Sofía de Madrid, asentado en un antiguo hospital que devino solar repleto de honestos felinos, asesinados colateralmente para dejar espacio a la Modernidad artística de nuestra ejemplar democracia, consecuente con esta generalizada incomprensión del vulgo de las virtudes que enseñorean sus colecciones, ha decidido crear una sala específica para hacer más accesible al público el Arte contemporáneo. Una especie de rampa cognitiva para que los usuarios, en sillas de ruedas o muletas, los espectadores ajenos al secreto, puedan entrar en el “sancta sanctorum” de algo que, recuerdo al lector, no alberga nada que tenga que ver con la belleza. Un concepto que es de mal gusto mentar aquí y ahora, cuando se habla de estos temas con cierta “seriedad” y gente “enterada”. Algo parecido a hablar de “democracia formal”, como lo hacía don Antonio García Trevijano, cuando se está entre políticos o gente vinculada muy intensamente a esta actividad. No es de buen tono. Un fragmento del manual de instrucciones de la sala aclara:

Se ofrece aquí a los distintos tipos de visitantes una variedad de materiales que ayude a comprender las obras de arte, ampliar sus lecturas, conocer mejor a sus autores y sus procesos creativos y situar el contexto histórico social, con el fin de potenciar la experiencia estética”.

Adsuara añade, para que no nos perdamos en este momento de la exposición:  «A tenor de estas palabras, la apreciación cabal del arte no sería por tanto libre o espontánea, sino que vendría precedida y mediada por una serie de conocimientos que cabe precisar y formular, preferentemente desde una posición de autoridad como la que sintetiza y ostenta un Museo».

Lo histórico”, recuerdo a los lectores, engendró una variante política ideológica muy determinada, elaborada para uso de la Humanidad pero que sólo disfrutaron con intensidad, a partir del siglo XX, unos cuantos centenares de millones de personas; más de mil millones, aunque con ojos rasgados, continúan como usuarios de la peculiar aportación que constituye este híbrido. Supuesto cruce entre religión y ciencia que se ha cobrado bastante más vidas, en entornos calificables de sacrificiales, que cualquier guerra contemporánea o cualquiera práctica caníbal realizada por organizaciones antropológicas arcaicas, como pudieran ser: aztecas, druidas, cartagineses o habitantes de la Melanesia y el África tropical…

Curiosamente uno de los eslóganes proferidos por los aparatos de propaganda de esta sociedad, a la que calificar de socialismo totalitario no resulta impreciso, coincide milimétricamente con lo que aseveran algunos críticos de arte con referencia a los materiales que trabajan y consideran dignos de calificar como “artísticos”: Hay que hipotecar el presente para ganar el futuro.  A pesar de la incomprensión de los opacos usuarios de vida cotidiana “consumista” que no han abierto aún los ojos a las virtudes descentradoras y deconstructivas que hacen surgir, de lo pedestre material en lo que malviven precariamente usuarios de semáforos, cigarrillos y televisores: cuadros, esculturas, instalaciones y performances. Acontecimientos materiales en su mayor parte que constituyen el objeto de emisión de jerga indescifrable para grupos determinados de sujetos organizados en torno a Museos, Fundaciones y Universidades occidentales.  

Porque, recalca Adsuara: «la fe en el artista no es más que la superficie de una fe mucho más profunda e irreductible: la fe en la Historia». Con H de Hegel y de Hitler… añado desde la impertinencia.

Volviendo al asunto antes brevemente mentado del socialismo totalitario, marxismo-leninismo, que no es mencionado por ninguno de los dos autores, pero a mí me viene a la cabeza por estar leyendo un libro, más que voluminoso, de Manuel Florentín: Escritores y artistas bajo el comunismo. Censura, represión y muerte (Arzalia, 2023), recalcar que los desarrollos del Arte moderno o contemporáneo en el siglo XX no fueron ajenos en modo alguno a la Revolución rusa y al régimen asesino que surgió de sus designios. Tampoco al fascismo, que vino posteriormente y que tanto fue influido por el motín originario ocurrido en octubre de 1917. 

Como no lo fuera el reencauzamiento de las vanguardias, tras la segunda guerra mundial, mediante la acción decidida del gobierno de los Estados Unidos que utilizó y potenció el expresionismo abstracto (entre otras tendencias) para confrontar, desde “la democracia”, la omnipresente propaganda del arte oficial soviético que en aquella época no era otro que el inspirado en el “realismo” socialista. En su momento esta variante del “mirar”, supuestamente proletaria, también fue una corriente de “vanguardia”.

El pasado sólo pudo ser, en esta concepción que debe mucho a Hegel, por lo demás postulado de manera continuada por Arthur C. Danto y Gillo Dorfles como “deus ex machina”, aquel presente que contenía futuro. En este entorno queda mucho más claro que en el mundo político y social, sujeto de manera acelerada al despliegue de un horizonte distópico y tecnocrático, el progresismo de la Modernidad con sus «virtudes» de radicalidad, simplificación y pureza. 

Autenticidad, oportunidad, determinarse como inclasificable son vestimentas básicas que debe ponerse el artista para poder decirse con propiedad “moderno” y ser objeto de atención por parte de los expertos. Insisto en que todo esto siempre de modo independiente a la belleza y al buen gusto. La comprensión sólo puede ser unívoca para el mundo del arte. Y producto de un consenso, como en la política. A la que sin duda también ofrenda mediante el concepto de “compromiso con su tiempo”.

Los textos de Dorfles son anteriores, y dada la circunstancia podríamos aseverar que mucho, al trabajo de Adsuara. No tanto por cuestiones cronológicas sino por los cambios drásticos que han tenido lugar en este plano estético-artístico, durante las dos décadas primeras del siglo XXI. La creación de atmósferas de pensamiento adecuadas se sucede cada vez con una mayor celeridad. Dorfles nace en Milán en 1910 y muere, más que centenario, en 2018. Ejerció como pintor (espantoso, puede verificarse con un par de clics), crítico y profesor. El libro al cual nos remitimos, de muy recomendable lectura también, contiene materiales pertenecientes a diversos momentos del último cuarto del siglo XX. Dorfles se siente alarmado por una serie de fenómenos que ve relacionados con la expansión de los usos de los medios electrónicos de comunicación, a los que acusa en gran medida de incentivar la presencia de factoides (hechos desviados) y fetiches. También siente erizarse sus escasos cabellos con la aparición y desarrollo de determinadas filosofías vitales y algunas tendencias sociológicas que considera regresivas. Lo psicodélico, lo orgiástico, lo relacionado con el sadomasoquismo… 

Su capítulo, Obscena crueldad, es de obligada lectura para los interesados en los fenómenos religiosos marginales, el género de Terror o el satanismo. Para Dorfles, un vanguardista permanente, el problema es la retaguardia (artistas que practican lo anacrónico) pero sobre todo el kitsch. Percibe síntomas de un desmoronamiento de nuestra civilización en la continuada e incrementada presencia de simulacros y fetiches. Los primeros, hechos posibles por los desarrollos tecnológicos más avanzados, los segundos convocados por el “fin de las ideologías” y la aparición de “falsas prácticas iniciáticas”.

La imposición de los medios de comunicación de masas y la proliferación, como subproducto de la persuasión, conducen a la entronización de lo momentáneo y lo evanescente como presente continuo. Percibe en la “realidad virtual” por su cercanía a los estados alucinatorios un potencial amenazador de adulteración existencial permanente. El equilibrio roto entre ética y estética es su peculiar manera de nombrar la situación de crisis. Pero ese equilibrio jamás existió en la Modernidad que se encargó de destruir de manera consciente y explícita la raíz de un complejo orden simbólico enraizado en sólidas concepciones metafísicas vehiculado por una sofisticada liturgia. 

Dorfles es uno de esos paladines de la “conciencia histórica”, la ilusión preferida de la Ilustración, que se siente enfermo cuando las cosas se salen de la hoja de ruta patentada (la ilusión humanista ilustrada de corte universalista) y van mostrando su más oscuro reverso. En general, como producto de desarrollos políticos que no ha dudado antes en apoyar. Para él el individuo tribalizado es el mal, viviendo el cuerpo como despojo de una manera desalmada. Dado que de vez en cuando habla del rock como paradigma de esta problemática, no estaría mal preguntarse si no está peor el cuerpo en las sociedades concentracionarias comunistas o, para situarnos en un presente que él no pudo vivir, encerrado en su casa bajo los confinamientos sanitarios del COVID con la sola compañía de la televisión emitiendo continuamente propaganda… mientras, en familia, todos devoran comida rápida congelada.  

En cierto modo fue un superviviente y un nostálgico de toda esa etapa que va desde las Vanguardias de los años 10 y 20 (S. XX), con su apoteósica reivindicación de la ruptura artística, y la lucha entre marxismo y capitalismo que se prolonga tras la segunda guerra mundial hasta la actualidad. La “caída del Muro de Berlin” no es otra cosa que una etapa más. Hoy la China comunista reivindica un marxismo-leninismo que no duda en sincretizar con Carl Schmitt, las manipulaciones genéticas más sofisticadas o la elaboración y uso de las Inteligencias Artificiales más potentes para proponer una pesadilla de control llamada “crédito social”; que es observada con envidia por nuestras élites, supuestamente democráticas. 

¿Alguien se pregunta cuál es la situación del Arte contemporáneo en China?  Durante la etapa maoísta este país conoció una profunda devastación de su legado artístico ancestral y una conversión decidida del Arte en pura propaganda. Mientras los intelectuales izquierdistas franceses o italianos cantaban las excelencias y logros de la “revolución cultural” denunciando activamente la “espectacularización” de las sociedades occidentales. 

Hace unos meses (11S, 2023) el hombre fuerte ruso del momento, Vladimir Putin, ha resuelto volver a erigir (1958-1991) la estatua del primer jefe de la Checa: Felix Dzerzhinsky

¿Cuál es el estado del Arte en Rusia? ¿o en la mayor parte de los países musulmanes, tanto de obediencia sunita como chiíta, que al fin y al cabo detentan las mayores riquezas del planeta? ¿No nos damos cuenta que pocas cosas son más significativas, y a la vez más provincianas, que las cuestiones relativas al Arte contemporáneo en nuestro mundo?

La búsqueda continuada del engaño que no comenzó, diga lo que diga Dorfles, con la sociedad que consagró el “cuerpo eléctrico” como paradigma, con la consecuente pérdida de contacto con lo verosímil, ciertamente punto de anclaje de lo humano, es indicio de una grave crisis civilizacional. Los más burros, entronizados por la Academia y las Corporaciones, creen que se saldrá de esto mediante una nueva revolución científico-técnica y una dictadura planetaria, aquí entra Mr. Schmitt, con una tonalidad verde lorquiana. Otra huida hacia adelante, como lo fue todo el siglo XX, aún en escena.

Una cosa es el Arte moderno y otra el discurso que sobre este pretende imponernos una forma concreta de realidad (Adsuara). Los centros de Arte son centros de poder, continúa. Se imponen los criterios axiológicos de una minoría, que ni siquiera sabe darles coherencia, mediante la moda: una forma de socialización que se supone no traumática. El que no se conforma es anacrónico o un loco y se le incentiva, como al resto de la multitud, a cambiar sus prejuicios personales para adaptarse al Gran Prejuicio. Toda la morralla de “lo políticamente correcto” y el “wokismo” van en esta dirección. Y es que, y con esto terminamos, seguimos con Adsuara, creer por convicción no es igual que adoctrinar por vocación

Saquen los lectores consecuencia de todo esto, y no sólo para comprender mejor el insignificante mundo del Arte, y llévenlo a la política y la sociedad… incluso a la filosofía, o a la magia, y tiemble después de haber reído (Rafael Castleman)

Resaca de futuro, en el contexto de la imposición de un poder tecnocrático planetario basado en el Estado Total, y Marina Abramovic (tan campechana y bien conectada) para todos. 

Hoy vemos el pasado todo con una perspectiva completamente alterada, y a la vez acelerada, como una carrera de relevos cuyo testigo en mano fuese un escorpión.