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La Chabela en la noche del verano de 1947; parece que gateo en el patio de la casa de Ñuñoa en la calle Hamburgo, en Santiago de Chile, es un poco tarde para un niño tan chico, mis papás salieron, ella es mi niñera ocasional, entonces me lleva al jardín, se pone boca abajo sobre el pasto, se levanta las polleras, sus muslos son morenos y a la luz de la luna se vuelven marfil —me pone a horcajadas sobre ella— cacha, cacha, me dice, y yo con mis palmas chicas pego en esas nalgas que desde mi mirada todavía pegada al suelo se ven enormes.
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