Hoy no hay nada (entremés periodístico)

Delirāre



Sala de redacción del periódico EL CRONISTA. Reunión de cierre de edición. Dos de la tarde. Luz de oficina.

—¿Qué tenemos hoy?

—No hay nada. Nada de nada.

—Ya estamos como siempre. ¿Os habéis esforzado en mirar bien? No hay día en el que no haya nada.

—Sí, hemos mirado bien. Concienzudamente. Y te repito: no hay nada.

—Explícame qué significa nada.

—Lo que Esteban quiere decir, jefe, es exactamente lo que ha dicho: no hay nada.

—A ver, a ver… Nada es una palabra muy gruesa para un periódico. Siempre, de toda la vida de Dios, insisto, siempre, pasa algo de lo que se puede escribir. Siempre, repito, siempre, suceden cosas, si no aquí, allí. Nunca falta algo de lo que hablar a nuestros lectores.

—Pues hoy sí falta.

—Eso no es posible y lo sabéis. No sé de ningún día, desde que la historia está escrita y publicada, en que no haya habido nada noticiable.

—Hoy es ese día.

—El Parlamento, accidentes, guerras, desfalcos, robos, abusos machistas, asesinatos, epidemias, crisis económica o de algún sector en concreto… Desgraciadamente (o por fortuna para nuestra profesión) siempre hay algo de todo eso, siempre. Y, además, suele suceder que todo eso ocurre al mismo tiempo en diferentes lugares. Y nosotros estamos aquí para contarlo. Nos pagan para eso.

—A ti más que a nosotros.

—¡No me toques los huevos! Cada uno tenemos nuestra función y la mía, ahora, es organizar este guirigay y poneros a trabajar para llenar un periódico.

—Pero jefe, es que es cierto lo que te dicen. Llevamos desde primera hora de la mañana buscando, llamando, consultando en la web, y nada. De verdad que no hay nada que sea noticiable. Salvo que quieras que saquemos en portada el cumpleaños de algún famosete, el dramón de la serie turca esa que tiene tanta audiencia o el buen tiempo que hace, que, por otro lado, está acorde con la estación en la que estamos.

—¿Qué habéis consultado? ¿Dónde?

—En cualquier sitio. En todos los sitios. Sabes que nos tomamos muy en serio nuestro trabajo. Hemos llamado a la policía, a los hospitales, hemos consultado con ministerios…

—Antes, jefe, era mucho más difícil, pero, ahora, con las comunicaciones tan rápidas que tenemos, podemos hacer todas esas cosas casi en cualquier lugar del mundo y casi en tiempo real.

—¿Y?…

—Lo dicho: nada.

—Que yo sepa, hasta ayer mismo, había unas cuantas guerras declaradas y en activo. ¿Se han acabado así, de repente?

—No. También hemos consultado eso, por supuesto. Pero, extrañamente, todas parecen haberse puesto de acuerdo y no hay actividad bélica en ninguna de ellas. Como si hubieran pactado un alto el fuego temporal, como hacían antiguamente, cuando llegaba la Navidad, que se hermanaban los contendientes para celebrarla juntos y en paz por unas horas.

—En todo caso, jefe, eso podría ser un acontecimiento noticiable por sí mismo.

—De poca monta, la verdad. Y si todos los medios hablan de eso, de que no hay noticias, si es que es de verdad lo único que tenemos, pues no tenemos nada, deja de ser noticia. ¡Y deja de llamarme jefe!

—Claro, jefe. Aunque si profundizamos en ese argumento, podremos llegar a una importante noticia donde parecía no haber nada.

—Y eso es…

—Que no hay noticias. ¿No se trata de un suceso único en la historia que exista un día sin noticias? Podemos poner el foco ahí y destacar como única esta jornada tan aburrida, periodísticamente hablando, claro.

—Desarróllame eso.

—Pongámonos sensacionalistas. Titular a cinco columnas con la frase: NO HAY NOTICIAS. En versalitas, llenando la portada, en color rojo, si es necesario, para llamar la atención. Convertir en noticia el hecho de que no hay noticias.

—¿De verdad que nadie ha violado a nadie o que no han entrado inmigrantes irregulares en patera? O, aunque sea, que un tío en patinete ha arrollado a una vieja; algo, por poco que sea. ¿De verdad que no hay nada de lo que podamos sacar toda la mierda posible para que se horroricen nuestros lectores?

—No, jefe, no. Como te decimos, hemos estado buscando durante horas hasta debajo de las sábanas y no hemos encontrado nada reseñable.

—¿Y algo cultural? ¿No hay alguna exposición destacada? ¿Algún concierto bueno? ¿Alguna procesión o fiesta tonta en algún pueblo?

—Si quieres, repetimos noticias. De lo que hay ahora en escena ya hemos dado cuenta en el periódico.

—¡Joder! Esto es delirante. ¿Cómo no vamos a tener nada de lo que escribir? ¿Qué sabéis de la competencia? ¿Les pasa lo mismo?

—Hemos hablado con compañeros de otros medios y están todos igual. No tienen nada.

—Y en los telediarios ¿qué van a hacer?

—Están muy confusos. Como nosotros. No lo tienen nada claro. Según un amigo que tengo en TV7, han llegado a plantearse suspender la emisión de los informativos y meter otros programas. Pero eso habría sido un cataclismo. Creo que van a repetir noticias, montándolas de otra forma, y a completar con reportajes de relleno.

—Eso es muy común en la televisión. La imagen les permite llenar mucho tiempo casi sin contar nada. Pero nosotros tenemos que escribir palabras, frases, párrafos… ¡noticias! Podemos rellenar con calzador una buena parte del periódico, pero lo principal, la portada, tiene que tener noticias de impacto. Nos va el trabajo en ello.

—Pues yo insisto en que nos centremos en lo único que tenemos, en la nada. Creo que un día sin noticias es suficientemente noticiable por el mismo hecho de no haber noticias.

—¡Eso es una tontería! No digo más. Puede dar para un editorial, como mucho. Puedo hablar de un día extrañamente tranquilo, sin dramas, sin hecatombes, sin bombardeos, sin escándalos… Podría reflexionar sobre lo bonito que sería el mundo si esta situación permaneciese en el tiempo. Menos para nosotros, que perderíamos el empleo.

—¡Claro, jefe, ahí está la clave! En lugar de poner el acento en la ausencia de acontecimientos reseñables, podemos especular sobre lo que podría haber sucedido hoy. Las estadísticas nos cuentan que hoy deberían haber muerto equis número de personas asesinadas; o en accidente de tráfico; o en batallas eternas de esas que nunca acaban entre distintos pueblos o entre vecinos. Podemos recordar aniversarios al estilo de tal día como hoy, hace tantos años, pasaba esto o lo otro.

—El periodismo no hace especulaciones y lo de los aniversarios es más para secciones ligeras, no para la portada.

—Pero en la prensa siempre hacemos evaluaciones de lo que pasa, aventurando a la vez lo que se avecina.

—Eso son proyecciones. Y tienen bases científicas, ya sean económicas o sociológicas. No especulamos. Proyectamos tendencias. Además, me resulta lamentable hablar de lo que jamás podrá comprobarse. O sea, de lo que podría haber sucedido. Hay que contar lo que ha sucedido, si es posible y, en último caso, de lo que puede que suceda mañana o pasado mañana. En absoluto de lo que no ha sucedido hoy ni está sucediendo ahora. Eso es un disparate.

—Pues entonces, no tenemos nada, jefe. Dinos qué hacer y nos ponemos con ello. Ya sabes, estamos a tu servicio, somos tus esclavos, tus negros…

—¡No seas capullo, Jorge! Tenemos que seguir buscando, aunque sea en Ouagadougou. ¿Habéis investigado qué está pasando en Ouagadougou?

—¿Dónde está eso?

—Sí, jefe. Hemos navegado muchas horas por internet, todos nosotros, buscando en cualquier lugar. Y no hemos encontrado nada.

—No me lo creo.

—Si te parece bien poner en portada que la cosecha de Burkina Faso está yendo fenomenal en un año anómalo, poco frecuente, en el que el clima ha dado un respiro a la pobre gente de allí, pues lo ponemos. Pero no creo que les interese mucho a nuestros lectores.

—Entonces, ¿qué proponéis?

—Siempre tenemos la posibilidad de inventarnos algún suceso. Sabemos que muchas noticias, incluso publicadas en El Cronista, han sido falsas, procedentes de algún bulo y que, incluyéndonos a nosotros, han acabado magnificadas por los mismos medios que no hemos cumplido con la obligación de cotejar el origen de esas noticias.

—Algunas nos han colado, sí. Y, además, aunque de forma involuntaria, hemos contribuido a agrandarlas sin saber que eran falsas. Pero de eso a inventar la noticia directamente…

—En ocasiones, jefe, eso ha contribuido a mejorar la sociedad. Puede que en algunos casos haya sido perjudicial, lo admito. Pero si lo que podamos crear, aunque sea falso, contribuye con su expansión a dulcificar un poco el panorama social o político, tampoco será tan malo.

—No quiero tener en mi conciencia el haber iniciado algún rumor que, como un virus, puede propagarse y desembocar en algo que ni podemos imaginar, aunque en origen tuviera buena intención. Es algo que, una vez lanzado, no podemos controlar.

—Es verdad, jefe. Me acuerdo de unos que anunciaron una fiesta falsa y se propagó tanto que centenares de supuestos invitados acabaron en una concentración masiva inesperada, en la que hubo violentas peleas, violaciones y graves refriegas con la policía.

—Esa noticia también es falsa. Nunca sucedió. Es una de esas leyendas del sector que, en realidad, solo fue imaginada por alguien.

—Pues me temo, jefe, que seguimos donde empezamos: no tenemos nada.

—Déjame pensar. No podemos inventarnos una noticia, pero sí podemos crearla. Es una cosa diferente. Felipe, Jorge, poneos vosotros dos con un artículo de fondo sobre casos de violencia en el trabajo y las consecuencias judiciales que han podido derivarse. Algo para doble página que, bien ilustrado, podemos llevar a cuatro.

—¿Violencia en el trabajo? ¿A qué te refieres? ¿Cosas de esas de agresiones de alumnos a docentes o de familiares de pacientes a sanitarios? ¿A qué?

—Al par de hostias que te voy a calzar si sigues con la coña. ¿Te sugiere algo eso? Sabéis bien lo que quiero.

—Bueno, jefe, tampoco hay que ponerse faltón ni violento.

—En una redacción no caben los pusilánimes. No me toquéis más los huevos y poneos a trabajar ya mismo. Y todos los demás, lo mismo.

—Vale, vale, pero ¿de qué quieres que escribamos? Te decimos que no tenemos noticias porque, sencillamente, no las hay.

—A vuestros ordenadores. Ya. Id a vuestros teléfonos. Dentro de un instante vais a tener trabajo de sobra.

—¿Nos vas a dar tú la noticia? ¿Va de violencia en el trabajo?

—Eso es, exactamente.

[Se dirige a un archivador, que abre con una llave propia. De un cajón saca un revólver. Dispara a Jorge y a Felipe y se pega un tiro en la cabeza.]

Oscuro

TELÓN


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