Hormigas e interrogantes

Solo, por favor


Las hormigas airean el suelo y llevan sustancias de un sitio a otro, y así contribuyen a la nutrición de las plantas. A su vez, las hormigas se aprovechan de las plantas para diversas tareas.

Ayer tarde descubrí una pequeña avanzadilla en el asiento del conductor: por una plantita atrapada en la puerta se desplazaban ufanas unas decenas de hormigas trajinando de acá para allá, sorteando las lacias hojas. No se trataba del cliché detectivesco introducido por Alejandro Dumas, cherchez la femme («busca a la mujer»); en este caso solo intuía instinto de supervivencia. Trágico final el de las hormigas, vivas, avispadas, espabiladas… con vida esta mañana, con un futuro por delante en el hormiguero de referencia. ¡Ay ahora! ¿Qué será de ellas, portadas sin consentimiento, sin comerlo ni beberlo a otra localidad? ¿Al otro barrio? Y no saldrá en las portadas ni abrirá noticiarios. El drama de ser llevada contra tu voluntad a saber dónde, alejándote de la comunidad de la que formabas parte. ¿Cómo se organizarán en este mundo de asfalto ignoto? El desconocimiento las llevará a la incertidumbre. La incertidumbre, al miedo, y del miedo, a la violencia… Realmente, no es tan lineal como esta adaptación de Maimónides («la ignorancia conduce al error, y el error, a la ira»), porque por el camino al miedo está la falta de alimento. ¿Fue así como devino la existencia de aquellas hormigas? Cabría preguntarse si el miedo forma parte del instinto hormiguesco.

Las preguntas afloran sin saber cómo ni por qué… Más preguntas. La acción intermitente, entre disquisiciones de si aquello era lo mejor, si no sería mejor esto otro, mientras las hormigas que empezaban a subir por la camisa y el volante viajaban ajenas a los titubeos. Cuando al fin estacioné el coche próximo a la calle de Isa, me deshice con cariñosos manotazos de las hormigas que encontré por la ropa, con ánimo de encontrar un refugio a las supervivientes. Ya en el apartamento, Isa me descubrió otra entre la ropa interior. No parecía extrañada (Isa; es posible que la hormiga tampoco), se limitó a posarla en mi nariz, donde sentí el hormigueo que me hizo abrir los ojos: gracias a aquella himenóptera comprendí que debía casarme con Isa. El sexo lleva al enamoramiento, y el enamoramiento lleva a la locura, y el matrimonio es el culmen, lo diga Maimónides u Obi-Wan Kenobi. Aun con eso, me lancé a preguntar: «Isa, mi amor, ¿quieres casarte conmigo?». No pudo o no quiso contestar en ese instante, aunque en sus ojos adiviné un brillo especial.

A la mañana siguiente he seguido sin respuesta a mi petición. Los días pasarán en fila india como las hormigas que he logrado devolver a su hormiguero. Quizá he conseguido salvar un par de docenas, la mitad de las que entraron por la plantita.

No parece una gran historia. Tal vez falta pasión, o es una pasión tenue. No sé… Veo atracción, ternura, suspense… Además, es verídica. Hubo muertes (la plantita y algunas hormigas), hubo corazones rotos y hubo final feliz. Yo todo lo hice por sumar puntos para Isa, que es entomóloga.