Leer o no leer; esa es la cuestión. «Cuando leemos, otro piensa por nosotros», escribe Schopenhauer en uno de los opúsculos que conforman su Parerga y Paralipómena[1]:
Los lectores no hacemos sino repetir el proceso mental del autor, del mismo modo que el niño que aprende a escribir sigue con la pluma los rasgos indicados a lápiz por el maestro. Cuando leemos, nos ahorramos el trabajo de pensar.
Y eso embrutece. Una lectura continuada, según nuestro autor, paraliza el espíritu, mucho más que la actividad simplemente manual. Obsérvese que los movimientos del labriego cavando su viña no le impiden rumiar sus ideas y proyectos, mientras que si estuviera leyendo no podría pensar. Cuando leemos, los pensamientos de otro ocupan nuestra mente.
Entonces, ¿debemos dejar de leer? Para Schopenhauer:
El arte de no leer es uno de los más importantes de la vida, y consiste en no tomar en la mano lo que en todo tiempo ocupa al gran público, como, por ejemplo, los libelos políticos y religiosos, las novelas, las poesías, etcétera, que hacen ruido y alcanzan grandes ediciones en su primero y (por fortuna) único año de existencia.
Mejor no leer que leer lo inadecuado. Schopenhauer apunta que «los libros malos son un veneno intelectual, en particular los periódicos literarios que roban al público estético el tiempo que debería, en interés a su cultura, conceder a las verdaderas producciones del género.» ¿Cuáles? Usted verá: el mundo está lleno de cadáveres literarios. Consulte usted el catálogo.
Moraleja
Considerando lo anterior, trate de guiarse en lo sucesivo por las normas siguientes:
– No lea. Si cree tener ideas propias y no quiere que nadie le contamine, ejercite en soledad su espíritu a ver si alcanza así cotas de sabiduría inmarcesibles, como que cada palo aguante su vela o que el paisaje es del color del cristal con que se mira.
– Pero si sus ideas son triviales, puede aprovechar las lecturas y opiniones ajenas. Es mejor una opinión foránea pero interesante, que cualquier vulgaridad que se le haya podido ocurrir a usted. Lea la Charca Literaria y aprópiese de nuestras ideas. Puede incluso expresarlas en voz alta cuando le venga en gana.
– No haga caso a quienes hablan del veneno de la mala literatura. En primer lugar, no hay criterios claros que la distingan. En segundo lugar, porque hay venenos apetitosos. En ese sentido, La Charca Literaria podría ser un auténtico veneno, aunque, por su brevedad, muy saludable. La Charca apenas roba tiempo al público estético.
– Respecto a los cadáveres literarios, observe los estantes de cualquier biblioteca. Incluso los bichos que en su tiempo hicieron más ruido, permanecen hoy roídos y petrificados en las bibliotecas y sólo el paleontologista literario les presta atención.
[1] Arthur Schopenhauer: Sobre la lectura y los libros, edición de Pedro Aullón de Haro, 2015.