Cuando me enteré de las actividades solidarias de Nora, no podía creer que tuviera a Hermann como vecino de planta. Me pareció casi como una broma de mal gusto o una travesura del azar.
Todo lo que tiene Nora de empática con los otros me despierta simpatía, incluso cierta ternura, por su entregada ingenuidad y su constancia para ayudar a quienes lo necesiten. Muy al contrario, Hermann me hace sentir recelo, desconfianza e, incluso, miedo.
El vecino de Nora es el creador y propagador de un púlpito online, que hace llamar con su propio nombre, Hermann, con dos enes al final, por lo que sospecho que su origen puede ser germánico, salvo que todo sea una impostura y, como me temo, también el nombre sea una absoluta mentira.
No se le nota ningún acento en particular en las apocalípticas soflamas que vomita desde su video-blog, ni con deje alemán ni tan siquiera con nada que pueda identificar con ninguna zona del país. Es absolutamente neutro. En donde no muestra ningún tipo de contención es en sus ideas, tan asociales que rayan con el fascismo, si no lo supera abiertamente, pronosticando una rápida decadencia de nuestra “civilización solidaria” (¡si le preguntara a su vecina Nora!) y el advenimiento de un nuevo mundo con una “sociedad más ordenada” y una “vida más salutífera”.
He podido ver su blog, más por curiosidad que por necesidad, quizás tan solo por completar mi visión de este personaje, y he podido comprobar que Hermann se dirige a sus posibles seguidores con gran amabilidad y un desconcertante desparpajo, logrando que parezca un tipo simpático y agradable… si no atiendes a sus palabras. O si no fuera por el extraño aspecto con el que se presenta. Viste algo parecido a un uniforme o un hábito, es difícil diferenciarlo, pero consigue que, al menos a mí, me parezca siniestro y me provoque temor. Lleva alzacuellos como los curas y los labios pintados de negro, además del cráneo rasurado al completo. Su ancho cuello, y el gran tamaño de su cuerpo enfundado en ese cuasi-uniforme, me provoca escalofríos, al menos visto desde la cámara con la que transmite sus charlas, que hace que su figura en el medio plano llene la pantalla casi hasta desbordarla.
En la vida real, fuera de esas actuaciones que emite en su blog, nunca le he visto sonreír como hace en sus emisiones. Siempre que me he cruzado con él, he notado cómo mira, penetrantemente, ahondando en el interior de cada uno que observa. Tengo la sensación de que trata de introducirse en tu cabeza con su afilada mirada, de la misma manera que un cuchillo penetra en la carne desnuda.
Es justo todo lo contrario a lo que se ve online, todo diversión, con charlas aparentemente amenas y un espacio virtual lleno de luz y de colores agradables y nada estridentes… ya digo, al margen de su uniforme y su maquillaje. Por eso temo que tras esa amable fachada se camufla una ideología muy perniciosa, dispuesta a lanzar dardos envenenados y, sobre todo, a lanzarlos contra los más desfavorecidos.
Hermann aboga por un nuevo orden en el que unos elegidos –otra vez los elegidos– recibirán las bendiciones de unos seres extraterrestres y extra-inteligentes que llegarán a nuestro mundo por no sé bien qué decía de unos poderosos canales electromagnéticos… unos entes superiores de los que él es el primer emisario.
No aporta pruebas –lógicamente, no puede hacerlo– ni permite opiniones adversas en su blog –lo he intentado–, pero tiene miles de seguidores. Y eso da mucho miedo. Seguramente, en no mucho tiempo, desaparecerá de las pantallas virtuales y se retirará a alguna mansión que habrá pagado con el dinero que les saca a sus acólitos –tiene, claro está, una pestaña en su página web para hacer donaciones para la causa–.
Hermann es un cantamañanas y un estafador… pero lo que más temo es que su estafa se le escape de las manos y no pueda controlarla. Sería terrible.
Ilustración: Javier Herrero, dibujo sobre papel de caca de elefante