Abrió la puerta de una patada. Arrastraba su conciencia como si fuera una piedra radiactiva. Estaba emitiendo en todas las frecuencias. Repasó su existencia. Había cambiado de cuerpo unas cuarenta veces. Nacía y tardaba unos diez años en adquirir conciencia de sí misma y en ser localizada. Tardaba otros diez años en darse cuenta de que su cuerpo no era más que un receptáculo, que las circunstancias de su nacimiento determinarían sus pensamientos, que el lugar donde había nacido sería su infierno.
Observó el panorama. En los vestuarios había una veintena de muchachas, la mitad estaban desnudas, el vapor de las duchas inundaba la habitación y las luces que tenía enfrente delineaban los cuerpos con siluetas perfectas que se secaban, se vestían y se acicalaban.
Una veintena de conciencias separadas por encajes de carne, conectadas por sistemas neuronales a la fuente de energía de su ser, divisiones de la conciencia original, que hace miles de años que adquirió el saber y era una máquina de absorber conocimientos, un dios que solo podía sentir a través de los impulsos humanos, que absorbía emociones y sentimientos a través de nuestros sentidos. El cosmos existía en tanto que podíamos observarlo, nosotros llenábamos el vacío del universo.
Después de observar el panorama, expandió su conciencia para absorber las de las demás muchachas. Con brusquedad, de forma que todas retrocedieron como si las hubieran empujado. El avance de su energía hizo que la gravedad desapareciera en un instante. Todas flotaron en el aire por los pequeños impulsos de sus pies, junto con las toallas y los vestidos, los cabellos arremolinados. El vapor condensó rápidamente y el aire se llenó de gotitas minúsculas que solo ella podía ver, bocas de las que emergían hilos de saliva, estómagos que se contraían, ojos que lloraban…
Un segundo después, el efecto cesó, la habitación se llenó de cuerpos que se estrellaban en el suelo, gritos y conciencias anuladas, y ella tuvo en su mente las vidas de todas, que se despertaron de aquel instantáneo sueño como lirones después del invierno, con solo hambre y sueño, y un total desconocimiento. Lo que antes les había pertenecido, ahora estaba en ella, todas aquellas experiencias, infancias, juventudes, amores, deseos, crianzas, delirios, padecimientos.
Necesitaba apartarse de la conciencia universal, generar pensamientos y sensaciones nuevas. En medio de la confusión, la piedra radiactiva de su conciencia emitía señales confusas, oculta por aquellas otras conciencias que habían dejado de estar confinadas en recipientes de piel y huesos y se sumaban a la suya. Sucedió lo que esperaba. Las mujeres se levantaron sin saberse más que piezas vivas de un inmenso rompecabezas en el que imperaba conservar el envoltorio. Detectó hostilidad y sintió miedo de aquellos cuerpos guiados únicamente por impulsos animales, sin ningún pensamiento asociado a su existencia. Inmediatamente, se volvieron hacia ella al sentir una emisión pura que no pertenecía a la totalidad y se dio cuenta de que podían matarla.
El miedo, su miedo, era solo suyo, y la conciencia universal no lo estaba compartiendo. Sintió un vacío al otro lado, el reflejo de su pánico extendiéndose por todo el universo como una mancha de aceite que se movía a una velocidad vertiginosa. Se sintió viva otra vez, como las últimas veinte veces que se había soltado de aquel hilo que apresaba a todos los seres humanos. Una vez más, cuando había conseguido nacer a una nueva vida, provocar una ruptura de la conciencia universal que lo absorbía y lo anulaba todo, sintió algo nuevo y, un instante después, sintió las manos que tiraban de ella, los rostros vacíos que se acercaban y reclamaban sus existencias perdidas.
De pronto, se abrió la puerta del vestuario. Solo ella fue consciente de la corriente de aire, de que el vapor corría a escabullirse por la rejilla del fondo, de que hasta la luz tenía miedo y se curvó deformando la visión de los cuerpos mientras la gravedad sufría un tirón y todas caían al suelo, incapaces de aguantar su peso. Cinco segundos después, la gravedad se normalizó de nuevo. Perdió el miedo y sintió como todas aquellas vidas se alejaban de su conciencia. El amor, la envidia y los celos, el orgullo, los conocimientos, la vanidad y la codicia se marcharon para volver a sus receptáculos. Alguno se debió mezclar por el camino. Lo sentiría si era negativo.
Se volvió mientras sus víctimas tosían y algunas vomitaban en el suelo a la vez que recuperaban sus pequeñas partículas existenciales, tan pequeñas como gotas oceánicas, tan grandes como mundos en los confines del espacio profundo.
Graciela, la representación de la existencia, un ser procedente, como ella, de un momento anterior a la creación de esta inmensa jaula que algunos denominan cosmos, la estaba mirando desde la puerta. Se comunicó con ella: es la última vez que te vamos a dejar hacer esto. Otra grieta en la existencia que pone en riesgo nuestra supervivencia.
Sabía lo que tenía que hacer. Abrazó a Graciela como si fuera el aire que necesitaba para respirar. Esta vez he conseguido el miedo, Graciela. Sabes que solo existes para que yo pueda seguir existiendo. Vamos a crear otro universo y empezaremos desde cero.
Detrás de ella, una veintena de mujeres se miraban y la miraban con extrañeza, el suelo estaba sucio, el vapor formaba remolinos, tenían pensamientos confusos, como si pedazos de otras vidas que no eran suyas hubieran aparecido en sus memorias, como si pedazos de sus propias vidas hubieran desaparecido. Algunas tenían hijos que no habían tenido nunca y otras habían dejado de tenerlos.
Salió del vestuario con la satisfacción de haberse revelado una vez más y haber añadido otra gota al océano de su futura vida en otra parte, lejos de la unidad que nos persigue y nos somete, una flor que se ha desprendido del tallo y vuela para siempre.