Gourmets

El martillo pneumático


Confié, hace años, en que un grupo de cocineros, hombres de buena voluntad, saldrían a las calles y, con el cucharón en ristre, arreglarían el mal de este mundo.

Aquellos cocineros serían capaces de sentarnos a la mesa para degustar unas gallinuelas al estragón y un plato de espárragos verdes al modo de Lyon. Nos serviría un vino Gevray-Chambertin de Borgoña, colorado y pausado, quizás el más intelectual de los vinos.

Discutiríamos sobre la cantidad de ocio per cápita, sobre la paz social y sobre la reducción de los frutos de la tierra a una divina enajenación.

Así las cosas, la civilización sería salvada. Vana confianza la mía. Primero porque esto no lo arregla nadie y que no nos vengan con monsergas de politiquillos y de apañamundos. Y segunda, porque aquellos hombres de buena voluntad, los de las cocinas y cucharones, se han convertido en histriones rendidos al grotesco espectáculo de los medios de comunicación al servicio de politicastros incultos que no saben que una gallinuela es una becada, ni saben cómo se aplica el agua de nuez sobre la piel de la oca recién braseada.

No sé si la libertad y la imaginación de los gourmets podrá transferirse al robot cordon bleu del futuro. Mientras tanto, nos adaptaremos al mundo porque nuestra cabeza es demasiado pequeña para que el mundo se adapte a ella.