Yo soy Gloria, y mi hermana es Georgina.
Cuando de pequeñas íbamos a casa del abuelo, siempre ocupábamos su biblioteca y jugábamos con sus libros; algunos tenían títulos extraños, como Compendium der Psychiatrie, La interpretación de los sueños, El hombre en busca de sentido, La muerte: un amanecer, El túnel y la luz…
Lo que recuerdo mejor son los consejos que me dio cuando, de adolescente, le explicaba los malos momentos que me hacía pasar su hija con sus controles y majaderías. Con él aprendí que yo tenía otro yo: “controlando el alter ego que llevas dentro —me decía—, se acaban los problemas con tu madre”.
También me aconsejó que leyera El lobo estepario, de Hermann Hesse, y supe lo que le ocurría a su personaje principal, Harry: en él habitaban paralelamente el hombre y el lobo, y no se ayudaban, sino que estaban en odio constante, y cada uno vivía para el martirio del otro en una vida imposible, si bien también tenían “sus horas luminosas y sus pequeñas flores de ventura entre la arena y el peñascal”.
A partir de los veinticinco años comprendí mejor sus consejos porque leí algunas páginas de sus libros con títulos extraños y también descubrí el TOC1 de mi madre por la limpieza de la casa, el SDO2 de una compañera del trabajo, el NOPET3 de mi mejor amigo y el TDHA4 de algunos de mis alumnos.
Hace poco, en su casa, nos oyó a Georgina y a mí discutirnos un tanto estresadas y nos dijo:
—G&G —así nos llama— no chilléis al hablar y escuchadme: para saber dialogar con la cabeza bien amueblada, debéis hacer tres cosas: primero, ejercicio, dormir bien y levantarse temprano; segundo, leer; y tercero, meditar, saber hablarse a sí misma y saber comunicarse con los demás.
—¿Tú aconsejas siete cosas, no tres? —le contradije.
—Podría haber dicho siete —precisó— pero las agrupo así para que se comprendan mejor; las tres primeras se relacionan con el cuerpo, y las tres últimas con la mente y las emociones.
—¿Y la segunda cosa, leer, porqué está sola y en el centro? —arguyó mi hermana.
—G&G, las sabidurías del cuerpo y de la mente se descubren viviendo, pero sobre todo leyendo; leer un libro es como beber, en una fuente central, el agua necesaria para el cuerpo y para la mente —apuntilló.
—Pues vamos bien, porque cada vez se leen menos libros; para mí ya son artilugios muy extraños.
—Es verdad que leemos menos libros —le contesté a Georgina— pero también es cierto que leemos un montón de cosas a través de Internet, Facebook, WhatsApp, Instagram, Twitter, Snapchat…
Entonces, con semblante meditativo nos contestó a las dos:
—G&G, todos estos artefactos digitales a que os referís coexistirán con los libros durante mucho tiempo, pero al final nos recobraremos de tantas transformaciones universales.
Ante la última frase, no supimos qué decirle; él es psiquiatra y ha tratado a gente con TLP5, a personas con pérdida del placer de vivir a causa de la conectividad excesiva con los juegos on line y las relaciones virtuales de índole distinta y también ha asesorado a escuelas e institutos sobre la demencia digital en niños y adolescentes.
Post scriptum:
Los trastornos, los síndromes y las conectividades excesivas que se mencionan en esta historia son estados patológicos neuronales de los albores del siglo XXI creados, en muchos casos, según el filósofo Byung-Chul Han, por la dialéctica de la positividad actual que ha originando una sociedad distinta: “la sociedad del cansancio”.
(1) TOC: trastorno obsesivo compulsivo.
(2) SDO: síndrome de desgaste ocupacional.
(3) NOPET: “No Personal Time”, síndrome también conocido como “multitasker”.
(4) TDHA: trastorno por déficit de atención por hiperactividad.
(5) TLP: trastorno límite de la personalidad.