Dicen que Georges es un punki, aunque no sé si los que dicen eso de él saben bien lo que esa palabra significa.
Este chaval vive en el primero cuarta, en un angosto y enano cuchitril tan miserable que aún no puedo entender cómo puede haberse convertido en un espacio habitable. Se trata de un cuartucho con la superficie justa como para que quepa un camastro estrecho y un hueco para el váter-ducha que más parece un armario, pequeño incluso. No sé cómo prepara su comida… puede que ni siquiera coma en casa. Prefiero pensar que no.
Este muchacho rapado casi al cero, lleno de tatuajes, colgantes y pendientes, tiene un poco atemorizado al vecindario, más por su forma de hablar, bastante brusca y con palabras sin filtro ninguno que para muchos son soeces, que por una actitud que pueda considerarse violenta. Es más, yo creo que en el fondo intenta siempre ser amable con todos, pero no sabe encontrar las palabras adecuadas para ello ni cómo expresarlas sin que sus gestos puedan resultar amenazantes.
Eso hace que los que habitan en este edificio traten de evitar todo contacto con él, diciéndose asustados por una imaginada violencia que no es tal. Nadie ha podido demostrar nunca que Georges se comportara de manera evidentemente agresiva, más allá de sus palabras y gestos. Pero el miedo es gratis y este chaval recibe continuamente el rechazo de (casi) todos sus vecinos, lo que contribuye a que cada día se sienta más y más marginado y ponga cada vez menos interés en ser reconocido como convecino.
Con todo esto, lo que yo pienso que caracteriza más a Georges es una gran peculiaridad, difícil de creer, pero que un día me confesó cuando estábamos sentados en un banco del parque fumándonos un porro. Se trata, según él, de que vive en días diferentes a los que vive el resto de la gente. Para él, decía, el lunes puede despertarse como jueves o domingo, o como cualquier otro día, según le dé. Y así le sucede con todos y cada uno de los días de su vida. Me dijo que no puede controlarlo ni preverlo y que en muchas ocasiones se siente en un momento en el que nadie está y que con nadie puede compartir.
«Vas un poco fumado, ¿no?», le dije al respecto, aunque me aseguró que nada de eso tiene que ver con las drogas y que desde niño sufrió esa especie de descoordinación temporal con el resto de la gente con la que ha tenido que convivir, incluso cuando ni aún sabía lo que significaba la palabra marihuana. Sonriendo, pero con respeto y sin burlarme, le dije que sería muy difícil que volviéramos a coincidir en ese banco para fumarnos otro porro cualquier otro día.
A mí, Georges no me da miedo.
Ilustración del autor. Dibujo sobre papel de caca de elefante