Fortuna

Literatura para smartphones

 

Hoy me hubiera pasado el día fumando en el balcón y leyendo a Perec, pero nada de eso: me esperaba la máquina de fichar, el desorden y el asco en forma de pasillos. Hay gente a la que odiar en todas partes. Amar es ir contra natura. Hay personas a las que odiarías con sólo verles la cara. Y en todos los lugares del mundo, porque el odio no es una opción, es el camino. El odio no nos transforma ni nos envenena, sino que nos mueve, es nuestro sustento, nuestro jornal, la fortuna que atesoramos. Mi corazón es un desfiladero por donde arrojo a diario el recuerdo de la gente a la que odio. Mi corazón redobla con tambores militares al ritmo del odio. Permanece apostado en el pecho como un cazador de alondras. El odio revela los designios de mi corazón igual que el tacto los puntos erógenos del cuerpo. El odio le da sentido al amor, es su medida. Amo y odio, ¿alguien puede decirme por qué?, se preguntaba Catulo. ¿Y alguien puede explicarme por qué odio, y no odiarme? ¿O por qué amo, y no amarme? Hoy amo a una mujer en cuyo corazón cabe tanto odio que quepo yo. Su corazón es un artista circense que no usa red, un contorsionista, un prestidigitador. Yo la amo del mismo modo que come un caníbal. Amo primero con las mandíbulas, con las papilas gustativas y los dientes. Amor molar, amor premolar. Fauces de amor. Amor a mordiscos, a bocados, a dentelladas. Indigesto amor a mediodía, amor a tragos cuando anochece. Amo a una mujer que me odia tantas veces como me ama. Amor como una trituradora, como el aparato digestivo. Amor empapado de jugos gástricos. Hay que conquistar las cimas altas del amor en los suburbios del cuerpo, en las escolleras de la carne. Me lleno de odio para amarte, me hincho de odio, lo esparzo por los alrededores, tanto odio derramado entre lo que nos separa, entre edificios, funcionarios y estaciones de metro, tanto odio en los bares donde no te encuentro, odio en los supermercados, en los McDonals, en el camión de la mudanza, odio en los portales, en los espectadores, en la filmoteca. Toda mi carne y mis tripas hirviendo al ritmo del mismo fuego. Tanto odio para amarte, mi amor, para amarte odio.


Más artículos de Abad Nacho

Ver todos los artículos de