Florinda

Retales

 

Florinda anda, casi siempre, pegadita a su móvil.  Ahora ya no lo lleva en la mano como cuando era adolescente; lo guarda en el bolsillo más cercano y asequible donde poder notar que vibra para atenderlo.

En el metro se apoya en las puertas contrarias a la abertura y encandilada con la pantalla se sonríe, cabecea dándole la razón, asiente, se niega a sí misma con arrebatos de casi ira y acude a una respuesta meciendo sus dedos sobre el teclado.

A ella no le hace falta enarcar las cejas para mostrar sorpresa o enfado, o mover los labios tenuemente para que nadie se dé cuenta; ella habla con el móvil y no con un personaje inexistente, como antes lo hacían algunas y algunos. Aquellos que se cogían las manos y se las estrechaban como si lo hicieran con alguien que tenían delante.

Florinda es un primor. Viste chaqueta acolchada, a rayas por el pespunte recto que las distingue, y lleva los labios pintados de rojo bermellón que lucen fantásticos, recios y sensuales. Los mueve al hablar con la pantalla del móvil; eso sí, en silencio, con estudiada dicción, y se sonríe, alegre, dicharachera, resoluta… Casi se puede entender por el movimiento de sus labios lo que dice.

Llegará a casa e intentará escuchar los mensajes del teléfono fijo. Telefónica le informa que no tiene mensajes.

Activará el móvil y buscará en su facebook.

Sonreirá. Y no hablará con nadie.


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