Exequias de la Lengua Castellana

Leído por ahí


Acabadas las vacaciones, amanece el jefe con las urgencias y requerimientos que ha ido urdiendo durante la canícula. Se derrumba sobre la única butaca que se mantiene en pie frente a mi escritorio y, sin mediar saludo, me esputa: 

—Me dice Ruiz Relaño, ese becario que trabaja en el segundo sótano de nuestra biblioteca, que ha localizado un libro del siglo XVIII donde se nos menciona. ¡Ya ve usted, tres siglos antes de nuestro nacimiento! El libro se titula Exequias de la Lengua Castellana y es de un tal Juan Pablo Forner, erudito extremeño que ya no interesa ni a los doctores honoris causa. Sería una pena que esas Exequias desaparecieran. Nadie las ha reeditado desde 1956, momento en que Espasa-Calpe imprimió unos cuantos ejemplares aprovechando la edición de 1924. Deberíamos hacer algo por salvarlas, aunque solo sea porque en ellas se menciona La Charca.

Telefoneo al segundo sótano, parcialmente inundado, y le pido a Ruiz Relaño que me suba el libro. El pobre becario obedece. No es asunto baladí: ¡una mención de La Charca en un libro del siglo XVIII! 

El ejemplar se las trae: cubierta andrajosa, páginas amarillentas de desigual tamaño, cosido irregular de los pliegos, olor a viejo, extremos lastrados por la humedad… Los pececillos de plata, tan habituales en este tipo de legajos, hace décadas que murieron. Sus restos, convertidos en polvo, caen sobre la mesa al pasar las páginas. Incluso alguna letra, reseca, se desprende del texto cuando se inclina el libro. Aun así, me calzo la mascarilla y los guantes de látex y lo examino con afán de anticuario.

Por lo que leo en la introducción, Juan Pablo Forner escribió mucho y variado, en prosa y verso, con moralina y sin ella, polemizando con sus coetáneos, a quienes, a menudo, insultaba. En estas Exequias de la Lengua Castellana, un Forner ceñudo y bilioso arremete contra los escritorzuelos que, sin valía, pretenden asaltar el Parnaso, ignorando la dureza del camino y sus escasas cualidades literarias. Se pasean por la obra Arcadio y don Miguel de Cervantes, comentando la literatura castellana de diferentes siglos y poniendo en ridículo a todo aquel polígrafo que desconoce las más elementales reglas del buen gusto. Y así alcanzan las orillas de nuestra charca: 

«Lo primero que se nos ofreció a la vista, al pie del mismo monte Parnaso, fue una gran laguna turbia y macilenta, cubierta de ovas verdinegras y ceñida de un légamo feamente espeso y asqueroso. La templanza y diafanidad del día había sacado a las márgenes una innumerable república de ranas, que estaban dando pesadumbre al aire con un continuo y fastidioso charlar, capaz de arredrar de allí al genio más flemático y alcornoqueño. 

—¡Extraño agüero es este —dijo Arcadio a Cervantes— para los que emprenden subir al Parnaso! Ir al país de los poetas y tropezar con ranas… Aquí se simboliza lo que me ha sucedido a mí más de cuatro veces allá en nuestra patria. 

—En todas partes sucede lo mismo —respondió Cervantes—; mas no creáis que porque veis ranas no son poetas los que veis; y no solo poetas, sino otras infinitas castas de escritores, que, naciendo de hombres, vienen por fin a parar en anfibios vocingleros y charlatanes. ¿Cuántos conocidos vuestros habitan ya y han de venir presto a habitar esta laguna? 

—¿Conocidos míos? —dijo Arcadio, como admirado.

—Este es un misterio, continuó Cervantes, que lo sabemos sólo los que moramos en estas provincias. Muchos de los que hoy son tenidos en España por poetones estupendos, oradores celebérrimos y escritores cacareados, tienen ya prevenido un sitio muy honorífico en esta laguna, donde ejerzan el oficio de ranas con gran dignidad y magisterio. El caudal de ella se forma del sobrante de Helicona; y Apolo, que tiene don particular para las transformaciones, hace que se conviertan en ranas, y vivan encenagados en ella los escritores estrafalarios de todos los países. Ahí andan raneando y parlando innumerables de ellos, que no supieron más que hablar mal de todo a Dios y a ventura, decir mal de muchas obras que eran incapaces de escribir y esparcir en sus patrias una sabiduría superficial y corrillera.»

Las tales Exequias concluyen glosando la inquietud del autor —Juan Pablo Forner—, que teme también acabar expelido del Parnaso y convertido en un mísero habitante de la charca. Uno más entre miles.

Moraleja

Considerando lo anterior, trate de guiarse en lo sucesivo por las normas siguientes:

—Si es usted rana, limítese a croar y contemplar el mundo. Es lo suyo. Y olvídese de sus aspiraciones parnasianas. A cada uno lo suyo. 

—Si es usted colaborador de La Charca, verá a su alrededor muchos batracios chillando como locos para sobresalir sobre sus compañeros. Si tiene usted estilo e ingenio quizá consiga algo más que ellos. O sea, un poquito de nada. 

—Y recuerde: el estilo y el ingenio son la corteza de las obras literarias. Si sus obras, además, guardan solidez y buen juicio, quizá puedan reputarle algún prestigio. Será usted un renacuajo algo más despejado y sagaz que el resto, aunque, al fin, no dejará de ser lo que es: un proyecto de rana.