Nuestra cita de hoy se llama Arthur Evelyn St. John Waugh, un famoso escritor inglés que, de vivir todavía, tendría más de 120 años, lo cual resulta por completo improbable. De hecho, nació en 1903 y murió relativamente joven, en 1966, de un ataque cardiaco, tras una larga temporada con depresiones, reumatismo y dolor de muelas, lo que le llevó a buscar alivio en la ginebra. No es que anteriormente no bebiera, pero en la última etapa de su vida se decantó por el abuso.
Su primer nombre —Arthur— fue también el de su padre, un reputado editor y crítico literario que atendía por Arthur Waugh. El segundo nombre —Evelyn— fue un capricho de su madre, ¡vete a saber por qué! El St. John que completa su apelativo fue una exigencia de su padrino, un individuo que pertenecía a la Alta Iglesia Anglicana y se empeñó en añadirle el St. John para darle un toque aristocrático. A Arthur Evelyn Waugh jamás le gustó su segundo nombre, pues lo de Evelyn estaba reservado a las chicas. Sin embargo, aceptó bien lo de St. John: toda su vida aspiró a vivir como un rancio aristócrata, aunque su economía nunca se lo permitiera. Waugh fue conservador, religioso y elitista, valores que suelen ir asociados a las clases altas.
En su autobiografía parcial[1] —un libro interesantísimo— explica que una vez, durante la guerra italo-abisinia, acudió a un emplazamiento militar situado a muchísimos kilómetros de la mujer blanca más cercana, anunciando con antelación su llegada: “Evelyn Waugh, English Writter”. Ni el sustantivo ni el adjetivo llevan marcas de género en inglés, así que pudo interpretarse como “Evelyn Waugh, escritora inglesa”. Y cuenta: «Todo el cuerpo de oficiales, bien afeitados y acicalados, me recibieron uno por uno con un ramo de flores. Si mi desconcierto fue grande, no fue menor la consternación que ellos debieron superar».
Nuestro Evelyn creció en un ambiente burgués y cálido en un barrio del cinturón londinense, con madre amantísima y niñera a tiempo total. Su padre fue una presencia innecesaria durante su tierna infancia. Evelyn Waugh lo recuerda intentando simpatizar con él, aunque solo conseguiría interrumpir sus juegos. Más tarde, el padre se encargó de dirigir su educación en instituciones privadas, bien lejos de casa, donde nuestro Evelyn se instruyó en todas las variedades del gamberrismo, al tiempo que experimentaba con el alcohol, la escritura y el sarcasmo.
Él mismo escribe en su autobiografía que, al acabar la secundaria, «disponía de una cultura general por los pelos suficiente para resolver el crucigrama del Times». Y concluye: «Mi educación, a mí me lo parece, fue preparación para un único oficio: el de escritor en prosa en lengua inglesa. No deja de sorprenderme que tan pocos de nosotros se dedicaran a esa profesión».
Más tarde, Evelyn Waugh apareció estudiando historia moderna en Oxford, donde llevó, según sus palabras, «una vida de pereza, disolución y derroche» entre compañeros vagamente distinguidos. Se graduó, estuvo un tiempo —poco— en una academia de arte, y acabó dando clases en un colegio de Gales, acumulando borracheras y contratiempos. Gracias a ellos pudo entregarse con éxito a escribir columnas satíricas en periódicos, pergeñar novelas desopilantes y viajar por todo el mundo como corresponsal (Europa, Oriente Próximo, África y América Central), en periodos de paz y también durante la Segunda Guerra Mundial, cuando, alistado en los Royal Marines estuvo destinado en Yugoslavia, Francia, el Norte de África, Grecia y Oriente Medio.
En efecto, la mayoría de sus libros beben de sus vivencias y viajes —«una vida de auténtico fracaso», a su juicio— y de todos aquellos personajes acomodados con los que alternó en distintos lugares y a los que describe en sus novelas con ironía y cierta crueldad, lo cual siempre es un goce para connoisseurs y amantes del humor negro.
Su primer libro —Decadencia y caída (1928)— le lanzó al éxito a los veinticinco años y cuenta la historia de un joven universitario, expulsado de Oxford por «comportamiento indecente», y que entra a trabajar como profesor en un disparatado colegio de Gales. ¿A qué nos suena esto? En la misma línea se desarrolla Merienda de negros (1930), donde Waugh se cachondea sin reparos del afán modernizador del gobernante de un atrasado país africano que pone al frente de su Ministerio de Modernización a un noble inglés de comportamiento asilvestrado. Otras novelas de ese calibre son Un puñado de polvo (1934) y Noticia bomba (1938), libros con los que Waugh se convirtió en el cronista de un mundo bárbaro donde la inocencia siempre acaba perdiendo.
Poco después de publicar su primera obra, Evelyn Waugh conoció a otra Evelyn, apellidada Gardner, una chica de alta cuna, a la que propuso matrimonio «a ver qué tal sale». Y no salió bien: muy pronto su esposa le puso los cuernos con un amigo común y le pidió el divorcio, peripecia que conmocionó la vida de nuestro escritor y lo reafirmó en sus prejuicios favoritos: la certeza de que vivía en una época en la que nadie cumplía sus compromisos y donde los valores clásicos (la verdad, la honradez, la justicia…) brillaban por su ausencia. El tema de la infidelidad matrimonial y la falta de honestidad de la gente serían una constante en sus novelas, de la primera a la última.
En septiembre de 1930 Evelyn Waugh se convirtió al catolicismo y halló en la Iglesia un nuevo anclaje donde sentirse seguro. Conseguida la anulación de su primer matrimonio, se casó de nuevo en 1937 con Laura Herbert, una chica católica que se convertiría en madre de sus hijos y en timón del barco familiar en las épocas más borrascosas del escritor.
Durante la Segunda Guerra Mundial estuvo destinado en Infantería de Marina y, posteriormente, en la unidad especial de Comandos, donde tuvo la oportunidad de experimentar el desengaño de la contienda. De allí nacieron sus novelas Más banderas (1942), Retorno a Brideshead (1945) y la trilogía final de su producción literaria (Hombres en armas, Oficiales y caballeros y Rendición incondicional).
Su gran obra fue, sin duda, Retorno a Brideshead (1945), novela que le catapultó a la fama en todo el mundo, incluido nuestro país, gracias a la célebre adaptación televisiva que protagonizaron Jeremy Irons y Anthony Andrews. Retorno a Brideshead relata en flash back una historia de amor juvenil entre Charles Rayder y la aristocrática y decadente familia católica de su amigo Sebastian Flyte. La nostalgia por el pasado perdido y la búsqueda de una razón para seguir viviendo se resolverán en la novela a través de la gracia divina, algo similar a lo experimentado por el propio Waugh en su propia biografía. Drama, homosexualidad, alcoholismo y reflexión religiosa se mezclan en una insinuante batidora narrativa donde todos los personajes parecen abocados a un final trágico.
Trágico es también el final de la señorita Thanatogenos, una de las protagonistas de la novela Los seres queridos (1948), llevada al cine por Tony Richardson en 1965. En esta obra, ambientada en el submundo de la industria fúnebre en California, la señorita Thanatogenos se verá asediada por un joven inglés, cínico y sinvergüenza, y por el embalsamador jefe de la funeraria donde trabaja como maquilladora de cadáveres. En este caso, Evelyn Waugh denuncia la inhumanidad de un negocio donde los ataúdes de lujo, los mármoles y las sedas negras ocultan las verdaderas intenciones de sus promotores. Solo la señorita Thanatogenos se salvará (moralmente) del caos que la rodea, aunque no podrá evitar la tragedia.
El New York Times escribió en su momento que, como autor de historias satíricas y cómicas, Evelyn Waugh resulta incomparable. Nosotros añadiremos que también lo es como moralista que censura el mundo que le ha tocado vivir: mientras en la sociedad prevalezca el beneficio material, el vicio y la irracionalidad, se traicionarán los ideales del hombre de bien y no habrá salvación para el héroe ni para la inocencia. En sus novelas apenas hallaremos héroes. O todos son villanos o los pocos héroes que aparecen se verán forzados a claudicar frente a las circunstancias.
Evelyn Waugh no claudicó, al menos abiertamente. «Ser mártir requiere condiciones especiales, igual que ser escritor. El mío es un oficio más humilde, pero no debe considerarse falto de valor», escribe por boca de Lactancio, el converso que instruye a Helena, la madre del emperador Constantino, en la doctrina cristiana[2]. A Ewelyn Waugh siempre le acompañaron sus rancias convicciones, el conservadurismo, el amor de su esposa y la fe en Dios. Al menos así lo consideraba él, que consiguió mantener incólumes esas certidumbres hasta que le llegó la muerte.
[1] Evelyn Waugh: Una educación incompleta. Libros del Asteroide (Barcelona, 2007).
[2] Evelyn Waugh: Helena (1950). Edhasa (Barcelona, 2006).