Su mirada no necesitaba de ninguna palabra para explicarse y le dejé hacer.
Puso su mano sobre la mía mientras su rostro transitaba desde la sonrisa amistosa a un gesto de empatía cargado de propuestas, entrecerrando sus ojos de manera muy intencionada para que yo no pudiera más que abrir mi ánimo y mi cuerpo a su seducción, a su calor, a su deseo.
Acariciaba mis dedos con sugerentes movimientos, de arriba hacia abajo, y al revés, regodeándose, rodeándolos, amplificando unas caricias para otorgarles la categoría de presentación de las que quedaban para el resto de mi cuerpo. Me gustaba.
Ya había decidido que no respondería a sus afectos pero que tampoco pondría ningún obstáculo. Mi intención era que toda la iniciativa partiera de él sin que yo no hiciera más que poner el cuerpo y sentir el placer que pudiera darme, como un cuerpo inerte, dormido, inmovilizado, pero no muerto, no carente de sensaciones. Así se lo hice saber… sin palabras, con miradas y relajando mis dedos; tras ellos, mis manos; después, mi cuerpo entero… para que pudiese acceder a él sin ningún tipo de impedimento, sin nada que le pusiese negativas a su deseo.
Por supuesto, no hizo falta ninguna clase de traducción, ni con palabras ni con mayores gestos. Él lo entendió instintivamente sin que fuesen necesarios vocablos ni más miradas, sin que los labios se movieran, sin que los ojos intimaran.
La puerta se había abierto. Mi cuerpo completo, considerado como una casa completa, había abierto su entrada, daba la bienvenida a todo lo que sus manos, su piel, su lengua, su pene, su respiración quisieran hacerme. Me estaba entregando absolutamente sin remilgos ni prejuicios, sin vergüenza ni certezas, tan solo expectante, lánguidamente expectante a lo que pudiera hacerme sentir.
Abrí mis piernas, abrí mi boca, abrí mi sexo, suave y húmedo, a su lengua y a sus manos, a su infinita curiosidad y deseo. Mis caderas temblaban vibrando con sus caricias y sus asperezas, chorreando lascivia y mojando su boca y sus dedos.
Ascendió y descendió de mis ingles a mi ombligo, manoseó desproporcionadamente mis pechos, pellizcando casi hasta el dolor mis alborotados pezones, escupió con impudicia sobre mí, mojándome aún más, encharcándome entre temblores de calor y frío, en palpitaciones llenas de rubor y desvergüenza, en latidos de un placer que me consumía poco a poco.
Mantuve mis ojos cerrados, concentrándome en lo que él me estaba haciendo; o, más bien, concentrándome en mí misma, en mis propias sensaciones provocadas, estimuladas y amplificadas por lo que el hombre me hacía.
De mi boca no salió ningún sonido, ni siquiera un frágil gemido provocado por el placer; ni tan solo una respiración fuerte…
Tampoco hice más movimientos que los que sus embates me provocaban, como una muñeca inerte con la que pudiera estar jugando juegos juguetones.
No parece que a él le importara mi pasividad, entregado como estaba a cada centímetro de mi cuerpo, a que cada poro de mi piel excretara sexo, olor, humedad… y de no ser por su tamaño, también sus dedos penetrarían cada poro de mi piel, uno a uno, como hacía con otros extasiados, ampliados y enrojecidos agujeros de mi anatomía.
Ya ni siquiera era capaz de distinguir entre su lengua, sus dedos, su polla o, incluso, su piel, que parecía haberse convertido también en otro apéndice con el que penetrarme y darme placer. Casi no podía distinguir lo que originaba mis sensaciones, entregada como estaba a sentirme a mí misma…
Sus aparatosas embestidas no hacían sino potenciar el río de fluidos que secretaban nuestros cuerpos, una inundación de olores que resbalaban y se confundían entre ellos, de aromas que me incitaban más aún a dejarme llevar hasta donde pudiera llevarme, aun sin saber bien a dónde quería llegar. De lo que sí estaba segura es de que esperaba no alcanzar en ningún momento el orgasmo para no dejar de sentir este placer infinito y hacer que esta sensación durara y durara, así, totalmente quieta, manejada por un cuerpo activo que ya casi ni notaba, entregada como estaba a mis más íntimas vibraciones, extática, casi levitando sobre la cama…
…Sobre esa cama en la que desperté, solo, notándola humedecida y sintiendo que yo también estaba mojado. Mi pene estaba fláccido, apagado, agotado…