Llevamos mucho tiempo en La Charca dando pábulo a las consignas estoicas: que solo es feliz el que se contenta con lo que tiene, se controla a sí mismo y se acomoda a la pobreza, la enfermedad y la muerte. Eso es lo que nos ha tocado vivir, por naturaleza y condición social. Y lo aceptamos. No obstante, siempre hemos sospechado que con el estoicismo nos quedábamos cortos, porque caben otros recorridos placenteros para que la vida valga la pena. Por ahí van los consejos de Epicuro. Además de aceptar lo inevitable cabe dar satisfacción a algunos deseos, aunque, eso sí, elegidos racionalmente. Otra cosa es que seamos capaces de aplicar sus consejos y los valoremos como se merecen. Recuerdo mi incomprensión del tema cuando La Mosca (que fue mi profesora de latín en el bachillerato) cantaba las alabanzas del Rerum natura de Lucrecio (siglo I a.C.) —versión latina del epicureísmo—, que entonces no entendíamos ni queríamos entender, aunque tuviéramos la obligación de traducirlo.
¡Hay que haber sido borrico para pasar por alto las recomendaciones del poeta y filósofo romano en aquel ambiente enrarecido del bachillerato de letras, cuando a ninguno nos interesaba el latín ni la comprensión de la naturaleza de las cosas! Así que, casi sin que nos percatáramos, La Mosca nos familiarizaba con la filosofía epicúrea a través de una obrita de rango materialista que bebía en las fuentes de Demócrito. ¡Y eso en plena España de Franco, cuando lo que se buscaba era que los alumnos abrazásemos voluntariamente los principios del Régimen! Hoy releo y me dejo sorprender por las palabras de Lucrecio, que están en la línea de las apuntadas por Horacio en sus Odas, o por Filodemo de Gádara pocos años antes.
Aclarémonos: la gente sigue malinterpretando el carpe diem de Horacio, como si fuese una invitación a gozar de la juventud y los placeres, cuando, en realidad, es una llamada a vivir plenamente el momento presente, a aprovechar el día que nos ha tocado vivir, a actuar con conciencia, experimentando el carácter único y maravillosos de lo que nos pasa, como si fuese la última cosa que fuéramos a hacer. Epicureísmo zen: «cuando bailo, bailo; cuando duermo, duermo»1.
Porque mientras hablamos, el tiempo envidioso habrá escapado; échale mano al día (carpe diem), sin fiarte nada del mañana.2
Horacio remacha más abajo: para ser feliz es necesario vivir cada momento con plenitud, reconocer su valor infinito. ¡Ya sabemos que a veces la existencia es dolorosa o infeliz! ¡Pero también puede ser placentera! Por lo tanto, no hay que vivir colgado del futuro, sino asegurarse de que el ánimo «laetus in praesens»:
Que el ánimo con lo presente esté contento, de lo que hay más allá no quiera preocuparse; y temple las amarguras con una plácida sonrisa, que no hay felicidad que lo sea por entero.3
De estas cosas escribe el latinista Charles Senard en su libro Carpe Diem. Petite initiation à la sagesse épicurienne (2022), libro al que aquí le han puesto un título equívoco4, pues el autor no se dedica a comparar estoicismo y epicureísmo, ni tampoco nos explica cómo aplicar las enseñanzas epicúreas en el mundo acelerado en que vivimos. ¡Allá cada cual se organice, si es que ha entendido el mensaje de Horacio, Filodemo de Gádara, Virgilio, Cicerón, Lorenzo Valla o Montaigne! En este libro hay mucho latín (traducido) y mucha poesía. Y una serie de recomendaciones para quien tenga oídos: no temer a la muerte, distinguir los placeres necesarios de los caprichosos, vivir de manera sobria, olvidarse del dinero, la gloria y el poder, amar a quien se lo merece, gozar con los amigos y, sobre todo, cultivar el jardín (el huerto de Pangloss para el que lo tenga), arrullado por los buenos recuerdos del pasado. Ahí va un detalle de esto último para quien quiera verlo:
Los sabios se complacen en los bienes pasados evocándolos con grato recuerdo. Depende de nosotros sepultar como en perpetuo olvido las contrariedades, y recordar con alegría y dulzura las prosperidades.5
Moraleja
Considerando lo anterior, trate de guiarse en lo sucesivo por las normas siguientes:
—Lo dicho: carpe diem. Atienda fundamentalmente a lo que está haciendo. Viva cada día, cada momento, como si fuese el último. Si hay que bailar, baile; si hay que dormir, duerma.
—Pero si puede elegir, duerma y baile entre amigos junto a un vergel, paseando por un bosque, tumbado sobre la hierba, cultivando un huerto o cuidando las macetas de su balcón, redescubriendo los placeres de los primeros hombres que sabían contentarse con muy poco.
—Y si puede, rememore los hermosos sucesos del pasado. Seguro que los hubo. Es cosa de entrenarse. Cierre los ojos y evoque los minutos dichosos que vivió y las conversaciones gozosas en las que participó. Lentamente, paladee esos bellos recuerdos como paladea ese vino que mejora con los años. Y olvide lo que le causó daño. Esa es la fórmula del fármaco.
1 Montaigne: Los ensayos, libro III, 13.
2 Horacio: Odas, I, 11.
3 Horacio: Odas, II, 16, 25-28.
4 Charles Senard: Ser estoico no basta. Sabiduría epicúrea para vivir el presente. Ed. Rosamerón, 2023.
5 Cicerón: Del supremo bien y del supremo mal, I.
6 Lucrecio: De la naturaleza de las cosas, V, 1390-1404