Más de cien mil segundos se escaparon ayer de tus manos. Como una nube blanca pasaron a través de ti sin apenas sentirlos ni verlos. Ya nunca tendrán rostro ni nombre.
Fugaces como pájaros, siguen huyendo miles de segundos cada día, huyen de tu vida, de la mía, de la nuestra, atravesando sierras y océanos en busca de cobijo.
Nadie sabe de qué huyen, ni por qué se alejan tan deprisa. Hay quien dice que si se detienen mueren, y por eso se ven impelidos a correr eternamente. Van en busca de un lugar más allá de las montañas donde el tiempo se detuvo hace años y allí poder descansar.
Tal vez por eso el tiempo pasa tan deprisa. Sin apenas darnos cuenta, los segundos se agotan y la vida llega a su fin.
Dicen que alguien estuvo una vez en ese lugar tras las montañas, y volvió envuelto en un manto de tristeza: allí yacían amontonados siglos de historia, sueños que no fueron y mundos por estrenar.
Todo lo que nunca ocurrió estaba allí concentrado, a la espera de que el tiempo dejara de fluir y la eternidad ya no fuera un sueño.
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Imagen Guim Tió