Que se abran los portones de madera y se nos invite a pasar al corazón de la casa: a la cocina caldeada. Que se pare el autobús nocturno y, una vez dentro, se nos templen manos y mejillas con el cíclico aire caliente que caracolea desde el techo.
Es fácil entrar en calor entrando en donde este nace y se acuna. Habría que saber entrar en él solo con salir del frio, sin entrar en más detalles.
Y nada de coger frio, por favor, que no es sino absorber los helados ovillos de enero con vuestra carne-esponja, expuesta al relente. ¡Que no os pelen, ni afilen como a un lápiz, las rastreras, por muy bajas, temperaturas!
Habría que aprender a salir del frio, para no cogerlo; y a evitar soltar calor, para que el invierno no nos coja el pecho y demos conciertos de tos de cubitera. De un cierto calor hago acopio, mientras escribo, sin entrar ni salir. Y aplacado el frio, seguiré contando.
–