Destripado el cojín, la bolsa intestinal, el reloj de muñeca o un terso tomate, es luego imposible recolocar lo extraído en el recinto originario. Siempre acaba sobrando material: vellones que parecen esponjarse; tripas que son insospechadamente laxas; ruedas dentadas boqueando como anguilas; y semillas acuosas, rojo esperma que resbala.
Pero había que abrir el melón, había que darse el placer de desbaratar el puzle, había que hacer reversible el engranaje. Queremos ver lo que late, queremos conjurar el motor del secreto.
Todo lo preñado de perfección es obra de un estibador desconocido: el empaquetador de cabello de ángel en el corazón de la calabaza cidra, la supervisora que gesta fractales, la experta en geometría de las metástasis, los albañiles que secretan mocárabes bajo cúpulas palaciegas, buñuelos infinitos. Solo una destreza maquinal puede ordenar de manera tan exquisita el vientre de las esferas en las que complejos rellenos habitan. Ante estos esféricos milagros, con sorpresa, alcanzamos el estado de arrebato y nos embebemos de un ambivalente impulso destructor. Nos morimos por sajar la tensa membrana, nos morimos por destrozar la tensión superficial que, conteniendo el orden, si se mancilla, desencadena el caos irreversible.
Asumimos que nuestra afilada intervención desgarrará el admirable dechado de entresijos, que esto nos causará un placer fugaz, mas, con efervescencia inocente, nos regodeamos en la estúpida esperanza de que una vez cometida la fechoría, una vez satisfecha esta humana compulsión destructiva, tendremos, no tanto los arrestos, sino el puro poder de revertir las consecuencias de nuestro desaguisado. Nos sentimos magos. Tras el destrozo, nuestra voluntad diamantina hará que todo vuelva a su cascarón, que todo se reinserte dentro de su corteza, que toda pleura recupere sus pulmones y su aliento, que todo saco cicatrice su costal. La magia radica en creer que podemos desentrañarlo todo para, después, sin que quede huella alguna, sin que nadie pueda ser testigo de nuestros crímenes contra el misterio, recuperar lo entrañable, colocarlo bien, bien hondo, y remendar, remendar muy, muy bien los tajos, los agravios a la perfección. A entrañar. Seguiré contando.