El vecino incómodo

Nadie me conoce


No me conoce nadie. Me refiero a mis vecinos. Siempre he evitado el trato con ellos por no considerarlos interesantes en absoluto. Hace meses decidieron por mayoría talar el árbol que crecía junto a mi ventana. Lo tenía tan cerca que si estiraba el brazo llegaba a tocar sus ramas y, en primavera, esperaba impaciente la llegada de las palomas que cada año volvían para anidar en él.

Para justificar su fechoría argumentaron que las raíces estaban provocando grietas en los cimientos del edificio. Tal fue mi disgusto que decidí hacerles sentir mi más profundo rechazo y desde entonces, les esquivo el saludo. Me he convertido en el vecino incómodo, ese que evita mirarte si te lo encuentras de frente, el que nunca asiste a las juntas y del que poco o nada se sabe.

La ausencia de mi árbol me ha sumido en una profunda tristeza. Ya no me asomo a la ventana a contemplar el paso de las estaciones, he dejado de esperar las primaveras. Si me muero esta noche nadie notará mi ausencia. Mis vecinos seguirán entrando y saliendo, haciendo corrillos en los rellanos deliberando si es mejor arreglar las cubiertas o automatizar los portales, mientras mi cuerpo sigue aquí, en postura descansada, como durmiendo, pero mis sábanas ya estarán frías.

Mañana mi gato entrará en la habitación y tras un largo maullido sin respuesta por mi parte, saltará a lo alto de la cama. Pisará sigiloso mi estómago y mi pecho olisqueándome con su hocico húmedo. Lamerá mi cara y terminará acomodando su cuerpo caliente y mullido sobre mi cabeza, donde se entretendrá mordisqueando algún mechón de mi pelo sin enterarse de que ya no existo, de que dejé de existir exactamente a las seis cuarenta y cinco y sin demasiados aspavientos. Un fuerte apretón en el pecho, a modo de doloroso abrazo, breve sensación de no aire, y nada más.

No sé cuánto tarda en descomponerse un cuerpo. Llegará un día que, alertados por el olor y el cúmulo de propaganda de comida china en el buzón, algún vecino llamará a la policía. Se armará mucho revuelo y acordarán por unanimidad avisar a los servicios de control de plagas, no sea que la fauna cadavérica empiece a campar a sus anchas y peligre la integridad del edificio. Es cosa de todos colaborar en el buen mantenimiento de las instalaciones. Lo dicen las normas de buena vecindad.


Más artículos de Garrote Helena

Ver todos los artículos de