Leo al derecho y al revés libros de actualidad y legajos vetustos, novelas y ensayos, aunque me inclino más por los ensayos, cuyo potencial moralizante es superior. Ya saben que en esta sección no solo comento lo que leo, sino que, en función de lo leído, recomiendo al lector que modifique su comportamiento.
Hace años que participo en debates y leo informes sobre la finitud e infinitud del universo por lo que hace a su extensión y duración en el tiempo, y estoy al tanto de las últimas aportaciones de la ciencia. O sea, que no me he quedado colgado del modelo estático de Einstein; al fin y al cabo, su crítica a la concepción de un universo en expansión en un espacio infinito data del 1917. Mucho ha llovido desde entonces y no han faltado voces autorizadas que defendieron la concepción infinitista del cosmos, aunque no siempre con suficiente claridad. Así, Paul Dirac, partidario de una cosmología con un espacio euclídeo infinito e infinita masa total. O el propio Edward A. Milne empeñado en defender que la masa estelar es infinita en tanto que es lógicamente posible considerarla como tal. Hoy continúa abierta la polémica, de ahí que no esté de más echar una ojeada al pasado y averiguar si para este viaje no hacían falta tantas alforjas.
En el siglo IV a.C., Aristóteles ya anticipó que el universo no está en lugar alguno, sin telescopios ni ecuaciones, solo por lógica. Veamos: Un cuerpo está en un lugar si hay otro fuera de él que lo contiene; por tanto, el universo —que es todo— no tiene lugar. Por tanto, sea finito o infinito, está solo y en ninguna parte.
Unos siglos después, Plinio el Viejo (s. I d.C.) en el segundo libro de su Historia Natural nos aclara que «El mundo, en cuyo seno transcurren todas las cosas, es eterno; un todo en el todo o, mejor dicho, él mismo es el todo». ¿Satisfechos? Y entonces, ¿dónde está Dios, del que se proclama que es ajeno al mundo, lo creó de la nada y por propia voluntad?
Plinio responde en su libro que Dios es el poder de la naturaleza, una y la misma cosa que el mundo. Así que, desde su punto de vista, decir que hay innumerables dioses o que estos contraen matrimonio, tienen hijos, riñen entre sí y se odian mutuamente es una simpleza o, como él lo llama, “un delirio infantil”. Y una vez identificado Dios con la Naturaleza solo falta aceptar (II, 27) que Dios no lo puede todo, «no puede darse muerte, aunque quiera, ni puede resucitar a los muertos, ni hacer que quien vivió no hubiera vivido, que quien obtuvo honores no los hubiera obtenido, que tampoco tiene ningún derecho sobre el pasado, salvo el olvido, y, por estrechar nuestra relación con Dios también con argumentos más amenos, no puede lograr que dos por diez no sean veinte y muchas otras cosas por el estilo. Por todo ello se confirma indudablemente el poder de la naturaleza y que eso es lo que llamamos Dios».
Tras pontificar en esos términos, Plinio el Viejo regresa al tema de su libro —la historia natural— y se dedica a describir los astros, sus características y dimensiones, las fases de la luna, los eclipses y toda suerte de fenómenos astronómicos y atmosféricos para centrarse después en los pormenores geográficos del territorio europeo (libro IV), sus regiones, riquezas naturales, habitantes y costumbres.
Entonces, si ya los antiguos supieron identificar que el universo es eterno y no está en lugar alguno, ¿por qué la ciencia actual sigue debatiendo sobre su finitud o infinitud espacial cuando no hay forma de probar ninguno de tales extremos? Y si ya se identificó el universo y su poder con el poder divino, esto es, cuando ya se afirmó que la Naturaleza es Dios, ¿por qué algunos siguen empeñados en defender que la divinidad es personal, tiene nombre y es algo externo e independiente del universo?
Moraleja
Considerando lo anterior, trate de guiarse en lo sucesivo por las normas siguientes:
—Puede seguir dándole cuerda a la física actual, enredada en resolver si el universo es finito o infinito. En su momento, Kant ya se pronunció afirmando que el asunto no tiene respuesta, pero si quiere usted un testimonio más cercano, lea en la Filosofía Fundamental de Jaime Balmes (1810-1848), la opinión del filósofo y teólogo de Vic: «Del mismo modo que sería inútil buscar en los fenómenos físicos una prueba en favor de la infinitud del espacio y del tiempo, asimismo, a nuestro parecer, jamás los fenómenos físicos proporcionarán una prueba perentoria en favor de la opinión contraria». Quizá Balmes había leído a Kant.
—Del mismo modo puede seguir dándole cuerda a los teólogos que se empeñan en distinguir a Dios de la Naturaleza y dejarlos empantanados en las preguntas de siempre: Si el universo es todo, ¿dónde está Dios? Si está fuera del universo ¿en qué lugar exactamente y qué hace allí? ¿No se aburre? ¿Y cómo compatibilizar la supuesta bondad divina con la existencia de sufrimiento en el mundo? ¿Y cómo compatibilizar su supuesta omnipotencia con la imposibilidad de cambiar el pasado, resucitar a los muertos o darse muerte a sí mismo? Plinio tenía razón, como todos los panteístas (Spinoza a la cabeza). No es que no creamos en Dios, es que Dios es la fuerza de la Naturaleza y está inmerso en ella. Usted es un cachito de Dios, amigo lector. ¡Apréndaselo!
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