El Tercer Reich, de Berto Bolaño

Mortificaciones literarias

Empujado por la recomendación de un amigo, me compré El Tercer Reich en verano de 2016. Suelo soslayar las recomendaciones, pero desde que mi prima Obdulia —la prima algo mayor que yo y la que hoy arde en el infierno para siempre— me llevó al cine Ducal a ver Salón Kitty, siento un interés especial por los asuntos del nazismo.

Mi amigo me recomendó la novela en noviembre o diciembre, y yo demoré la compra hasta julio del año siguiente. La encargué por Amazon: en verano, la repartidora de Amazon de mi barrio lleva unos pantalones muy escasos. Suelo cometer pequeños errores en la recepción de los envíos, o bien simulo que se me cae algo con el fin de prolongar el goce de su presencia en el alféizar de la puerta y la contemplación de sus muslos, que me recuerdan a los de Ingrid Thulin.

Eso es lo único bueno que me llevé de ese libro. Su lectura es un suplicio. Soy conocedor
de la admiración que Bolaño produce en mentes progresistas, alternativas y
socialdemócratas, y no les niego que Los detectives salvajes es una buena novela a la
que solo le sobran unas 150 páginas, del mismo modo que su novela breve Estrella distante debería ser bastante más breve (el episodio de Cherniakovski no aporta nada). Bolaño debería de haber visto los shorts de mi repartidora de Amazon para comprender que la síntesis es un valor a tener en cuenta.

El Tercer Reich es un motor gripado: no arranca, no suena bien, tiene una avería. Los escritores que escriben demasiado caen en el pecado de la verborrea y la incontinencia escribidora: a Faulkner le sobran algunas novelas, a Baltasar Porcel le sobran todas menos una, a Emmanuel Carrère le sobra Una novela rusa, a Vicenç Villatoro y a Margarida Aritzeta les sobran todas.

Soy incapaz de contar la trama de El Tercer Reich y solo recuerdo algo de la Costa Brava, un hotel y un señor alemán que diseña juegos de rol inspirados en las batallas de la segunda guerra mundial. Abandoné la lectura a la mitad y encargué otro librito por Amazon: todavía era verano, la repartidora en shorts volvería, indolente, con sus muslos salvajes. Y crueles.

Aunque tengo novelas de Bolaño en mis estantes, El Tercer Reich lo deposité en el contenedor de papel y su título lo añadí a mis mortificaciones literarias. Una vez hube completado el acto higiénico, me puse el DVD de Salón Kitty para revalidar mi afición. Del mismo modo que el católico procede a la confirmación tras cometer la primera comunión.

(La portada del libro es una reinterpretación de Zappico2014, of course).


Nota: En 2017, la policía requisó el cuaderno titulado “Mortificaciones literarias” en el registro efectuado en el domicilio de Sandro de Villegas (calle Zamenhof), presunto estafador de ancianas a las que engañaba disfrazado de párroco de la iglesia de San Felipe Neri.