El siglo que nos espera podría perfectamente
ser una era de catástrofe definitiva.
Zygmunt Bauman
Nuestra época está repleta de ocasiones para tener miedo. Creíamos que la modernidad nos alejaría del miedo, que la innovación y la tecnología nos aproximaría a un mundo libre de fatalidad, pero transcurridos los últimos siglos vivimos con más temores que nunca. Somos paradójicamente la generación mejor preparada tecnológicamente de la historia, la sociedad más segura al menos en un país desarrollado, y a la vez somos la generación con más sentimientos de miedo, inseguridad e impotencia. La globalización impuesta por la élite capitalista neoliberal, a todas luces negativa, nos ha convertido en seres más asustados.
El miedo es global, tememos a los humanos y a la vez a la naturaleza: languidecimiento de la solidaridad, individualismo, exclusiones y expulsiones de seres humanos, nazismo, fanatismo religioso, tráfico de personas, armas y drogas, atentados terroristas, crímenes violentos, feminicidios y agresiones sexuales; alimentos envenenados, agua y aire contaminados, basurales nucleares, terremotos, inundaciones, huracanes, sequías, incendios forestales, calentamiento global, pandemias desconocidas antes que han aflorado en las primeras décadas del siglo XXI, la última, la del coronavirus Covid-19.
«Día a día, nos damos cuenta —advertía Zygmunt Bauman en Miedo líquido (2007)— que el inventario de peligros del que disponemos dista mucho de ser completo: nuevos peligros se descubren y se anuncian casi a diario y no se sabe cuántos más (y de qué clase) habrán logrado eludir nuestra atención (¡y la de los expertos!) y se preparan ahora para golpearnos sin avisar.»
De repente el Covid-19 llega sin avisar y nos hace abrir los ojos: ¿hacia dónde vamos?, ¿qué nuevo peligro nos acecha? Nadie lo sabe, somos esclavos de un capitalismo enloquecido y desbocado que lo mide todo en beneficios a corto plazo. El pensador Jacques Attali nos recordaba hace unos años quienes somos: «El Titanic somos nosotros, nuestra sociedad triunfalista, autocomplaciente, ciega, hipócrita y despiadada para los pobres…; el secreto del inmenso éxito de esta película es que todos adivinamos que en algún recoveco del futuro nos aguarda un iceberg contra el que colisionaremos hasta hundirnos con gran acompañamiento musical».
Pero lo que nos produce más horror no es presagiar el iceberg del recoveco futuro, sino presenciar la concurrencia de decisiones equivocadas que se toman, comprobar la escasez de botes salvavidas y de flotadores para todos, verificar la ausencia palpable de un plan de evacuación y salvamento viable, como en su época sucedió con el Titanic, el barco más grande, lujoso y seguro del mundo.