El paso de Afrodita

El martillo pneumático


El paso de Afrodita fue una exhalación. Como en el paño de la Verónica, dejó su rostro impregnado, pero no nos permitió levantar el velo y no pudimos conocer más que su representación.

La belleza nos alimenta con su trampa y con la mueca amable del trompe d’oeil nos acompaña por los senderos más sugestivos y nos conduce por los caminos más graciosos hasta el borde del acantilado, donde un castillo se levanta frente al mar embravecido.

Así nos advirtió Rilke desde su castillo de Duino:

… Pues la belleza no es nada sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente desdeña destrozarnos.

En los diversos periodos de la Historia del Arte, las almas sensibles de los artistas, con sus obras, nos han mostrado diferentes aspectos de la belleza, sólo fragmentos de ella.

Pedacitos dispersos de la belleza que intentaremos cazar al vuelo como si fueran estorninos que vuelan en círculo sobre nuestras cabezas, pero ¡Ay, cuidadín, jamás intentemos recoger los fragmentos y recomponer el rompecabezas!