El oficio de vivir

La termita y la palabra

 

Todo el mundo tiene, escribió Pavese, un motivo para quitarse la vida. Tiene guasa. Esa cita desalentada pertenece a su Oficio de vivir. Es domingo. Ante el nombre de los días no cabe el verbo «tener». Los días que se tienen, no pasan. Es domingo. Venero a Cesare Pavese desde mis trece años. A esa edad sacrílega lo descubrí. Casi tres décadas después lo sigo releyendo. No tiene importancia. También releo las madrugadas, los abandonos, las sobremesas, el vaho arrodillado del tiempo en el confesionario lúgubre de la tristeza. Es domingo. Y la vida un oficio que impregna cuanto toca, como una metáfora vertebra el ojo e impregna cuanto mira. Extraviado en la luz, soy solo un participio y mi voz, una sombra; una palabra amniótica dentro del porqué donde duermen las rosas. Nada. Un hombre solamente que ha leído a otros y no sabe olvidarlos. El olvido se aprende y también el invierno. Me acongoja el mañana y no aspiro al futuro. Donde está mi familia, donde están mis amigos, está mi presente y el presente perdura como un vientre en el mar. Como el último beso en el primer beso. Es domingo. Me aterra encarar mi tesis doctoral. Si me pongo a escribirla, mientras escriba, no podré estudiar. Es domingo. Soy un vago irredento. Una mala persona. Un pobre analfabeto rodeado de libros que no saben besar. Y sin saber me besan. Todo el mundo tiene un motivo para leer a Pavese. Lo demás, Rimbaud. Qué cosas, Rimbaud y Marx fueron coetáneos. Karl movió el mundo; Rimbaud, su soledad.


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