
Cada noche, acabado ese primer sueño de tres horas, aparecen los mismos recuerdos neuróticos de siempre. Se mezcla pasado y presente, angustias ancladas y angustias que aún flotan. Esta noche estaba con un amigo de la facultad en la puerta de una casa que no podíamos abrir. Y dentro estaba el balón de fútbol y el equipo de Derecho B nos esperaba en el campo. Íbamos corriendo a El Corte Inglés a comprar otro y encontramos a Morell, el Moro de mal nombre, el portero del equipo, con su gabardina larga robando LPs a docenas de las estanterías para venderlos por los pubs del barrio del Carmen y comprar unas papelas de heroína. Abandono la idea del fútbol y me voy con el Moro. En la puerta está mi padre de vigilante de seguridad y nos ve y no dice nada. Solo una lágrima cae por su cara. Ya en el Carmen colocamos a Pink Floyd, Yes, Génesis, por los pubs lisérgicos de moda. Compramos papelinas de marrón turca en la calle Alta. Huele amarga como la victoria. Se anticipa el flash que sube por la vena y explota en el cerebro. En los escalones del mercado preparamos las cucharas. En ese momento llegan el Kalini y su hermano con navajas y se llevan todas las papelas. El mercado se hunde y el Moro y yo caemos en una playa de tierra negra. Aparece un tipo con chilaba que nos vende aceite de hachís. Andamos fumaos por una carretera entre campos de olivos. La policía marroquí nos detiene, los agentes tienen las caras de los guardias civiles que detuvieron a El Lute. No se vive mal en la cárcel de Fez.